Huelgas

Esa izquierda francesa, tan «chic»

Que los patronos paguen las horas perdidas por una huelga ajena es la nueva genialidad progresista

La izquierda es una maravilla, al menos, la francesa. No sólo le montan al gobierno de Macron un bloqueo sindical de las refinerías, que siembra el caos en el transporte viario, en la industria y en la agricultura, sino que se sacan de la manga una proposición de ley para que, atención, «la escasez de combustible sea un motivo legítimo de ausencia en el puesto de trabajo». Y eso, ¿quién lo paga? Porque podemos estar de acuerdo con que si las petroleras, como Total, se forran con el incremento de precios de los hidrocarburos, sus trabajadores reclamen una parte del pastel y los sindicatos tiren de barricadas, pero sin romper esa norma no escrita que reza que si fastidias en demasía a los ciudadanos del común, hasta los obreros te acaban votando a las derechas. Pero los de la «Francia Insumisa», otro de esos nombres que, últimamente, proliferan por ese mundo que la caída del comunismo dejó patas arriba, pretenden rizar el rizo. Ellos impulsan las huelgas que afectan a los servicios de primera necesidad y que la factura la paguen los patronos.

El argumento es sencillo: se trata de que «los poderosos no puedan enfrentar al pueblo contra los trabajadores», como si «el pueblo» fuera un ente ajeno al sistema productivo. No. El pueblo que se come una huelga de servicios públicos tiene muy claritas las cosas, entre ellas, que ha sido abandonado por las grandes centrales sindicales de la izquierda. Sabe que un operario de refinería en Francia gana una media de 5.000 euros mensuales, más pluses, mientras el salario medio está en torno a los 3.000. Y sabe perfectamente que para la mayoría de los sectores económicos, ponerse sindicalmente chulo es lo mismo que pegarse un tiro en el pie, entre otras cuestiones, porque la mayoría curra en pequeñas y medianas empresas, casi siempre al límite de la supervivencia. Por no hablar de cuando te quedas sin gasóleo para el tractor y no puedes llevar el forraje al ganado, que pide pan y no entiende de huelgas. Y luego está lo de los trabajadores de las refinerías, una industria, según dice la propia izquierda ecologista, feminista y tal llamada a la extinción de aquí a veinte años. Sí, mejor que vayan haciendo caja, porque tú dejas las gasolineras vacías y la gente empieza a pensar que, tal vez, lo del vehículo eléctrico no sea tan mala idea, cuando ve pasar al vecino «ecoló» felizmente al volante de un Tesla carísimo, mientras él lleva tres horas de cola en el surtidor y, además, ha tenido que pegarse con una señora que pretendía colarse. Y qué me dicen del teletrabajo. Que sí, que estas todo el día en casa y echas más horas que las del convenio, pero te ahorras coger el coche o el transporte público y los gastos asociados –café, bocata o menú– que tiene ir a la oficina.

A menos que los de la «Francia Insumisa» sean unos genios de la estrategia a largo plazo y hayan embarcado a los sindicatos de las refinerías en estas huelgas para acelerar el cambio en el paradigma de la movilidad, que no parece, vivimos un ejemplo de cómo tirarse piedras al propio tejado. En Francia se prepara, además, un paro de los ferroviarios para esta semana, que coincidirá con una jornada de huelga general. Y, ciertamente, el francés medio está muy cabreado con la inflación, el deterioro de los servicios públicos, los impuestos cada vez más altos y la inseguridad. Menos mal que en España no pasan esas cosas, gracias a la impagable labor de nuestro gobierno de izquierdas y sus sindicatos.