Pedro Sánchez

Un partido anestesiado

Siempre hubo en el PSOE corriente crítica y votos en conciencia. Ahora sólo hay militantes que aplauden cual zombis a la dirigencia

La «optogenética» es una neurociencia basada en la bioingeniería que permite controlar el cerebro a través de la luz. La técnica es compleja pero su aplicación no tanto. Revolucionará la lucha contra el parkinson o el alzheimer, aunque su «cara-b» es que podría permitir también la modulación de las conductas. Un instrumento por cuyo control pagarían lo que fuese jefes militares, servicios de inteligencia, multinacionales y, por supuesto, los políticos autócratas. Por fortuna, que sepamos, la optogenética no es hoy de aplicación civil. Lo comentaba con cierta ironía un viejo conocido que figura entre los firmantes del Manifiesto de la Asociación para la Defensa de los Valores de la Transición (ADVT), publicado ayer y respaldado por militantes, ex altos cargos y ministros socialistas. El manifiesto sale al paso de la reforma del Gobierno, en alianza con ERC, para derogar la sedición y rebajar la malversación, en beneficio de los condenados del «procés», afirmando que «atenta contra la Constitución», deja impune «la desviación de caudales públicos para realizar actos contra el Estado» como los de 2017 en Cataluña, que «no fueron desórdenes sino un desafío al orden constitucional».

Decía el otro día Joaquín Leguina, expulsado del PSOE por criticar a Pedro Sánchez, que dentro del partido hay una corriente nada desdeñable de militantes dispuestos a plantar cara a la dirección. Afirmación que a mi amigo de la ADVT le pareció apócrifa, pues al margen de los socialistas que firman el manifiesto antes citado, pocos son en el partido los que se atreven a disentir o expresar sus discrepancias. Parece como si la organización entera estuviese hibernada, anestesiada o sometida a un tratamiento optogenético de neuromodulación, de manera que nadie levanta la voz contra unas reformas que, como las de la sedición y la malversación, van contra la tradición estratégica del PSOE en defensa del ordenamiento democrático vigente, la integridad territorial de España y la lucha contra la corrupción política.

Voces críticas sí que hay, aunque a la hora de la verdad nadie quiere salir en la foto, pues corre el riesgo de acabar como Leguina, y ningún dirigente está dispuesto a perder la opción de figurar en las listas electorales o ser candidato a un cargo en las administraciones o empresas públicas. Fueron muy celebradas las recientes manifestaciones del presidente de la DGA aragonesa, Javier Lambán, solo que reculó en cuanto le dieron un toque de atención. García Page se desmarca con frecuencia de la línea oficial, pero nunca remata. Y poco más, pues Vara hace tiempo que renunció incluso a la crítica más liviana.

Lo barones no se atreven y la vieja guardia, que en teoría tiene menos que perder, tampoco. Llaman la atención los silencios de González y Guerra. No sólo ante la expulsión de Leguina, sino por lo que el manifiesto de la ADVT dice: «pactar la redacción del decreto con delincuentes carece de homologación en Europa», y «es una burla hablar de desinflamación del conflicto catalán cuando todos los condenados han declarado hasta la saciedad que volverán a intentarlo».

Siempre hubo en el PSOE corriente crítica (Izquierda Socialista) o votos en conciencia ( Nicolás Redondo, Antonio Gutiérrez, Odón Elorza, Carme Chacón…). Ahora sólo hay militantes anestesiados que aplauden cual zombis cualquier cosa que haga o diga la dirigencia.