Tribuna

Cacocracia o gobierno de los peores

El gran problema para lograr una reforma electoral y del régimen de partidos está en que, si no hay revueltas o revoluciones, queda en manos de los que gozan y se aprovechan del sistema tal y como está

Ilia Galán Díez

¿Por qué casi todos piensan que nos gobiernan ineptos? ¿Es lógico en una democracia? Si no lo es, ¿cómo explicarlo?

La presentación del libro autobiográfico de Bill Gates ha llenado hasta rebosar el teatro Sanders de la Universidad de Harvard. Mostraba el sueño americano donde listos laboriosos podrían llegar a la cúspide de la sociedad. Gates, cofundador de Microsoft, favoreció la aparición de microcomputadoras en los años 70. En 2024 ostentaba la cuarta mayor fortuna del mundo. Estudió en colegio público y cuando vino a matricularse en Harvard creó la empresa de software Microsoft, hoy casi universalmente utilizada. Con otro estilo, el sudafricano Elon Musk vino a EEUU y en Stanford University, California, comenzó a crear empresas de alta tecnología. Ahora es el hombre más rico del globo, muy influyente en el nuevo gobierno. Ambos supieron prosperar y ofrecieron soluciones tecnológicas a la sociedad gracias a un buen sistema educativo.

Tres días antes, el Primer Ministro Belga en funciones, presidente de turno de la Unión Europea el pasado año, Alexander De Croo, también vino a Harvard, al Institute of Politics, donde preguntó: ¿Quién quiere ser político cuando termine sus estudios? Entre varios centenares de jóvenes solo se alzaron cinco o seis manos. La profesión parece muy desprestigiada.

Diríase que las partitocracias han provocado algo similar a lo que antaño sucedía entre cortesanos: la adulación y el ascenso de los más hipócritas o astutos, pero no los más buenos, ni moral ni intelectualmente. Basta recordar los candidatos que se presentaron en las últimas elecciones al país más poderoso del planeta: ni Biden ni Trump pasaron por ser los mejores o más preparados para gobernar su pueblo y, en parte, buena parte del planeta. Similar problema se repite en Europa, el mismo Trump ha acusado a los dirigentes actuales de no estar a la altura de los predecesores que construyeron esta gran unidad de países; pero no es muy distinto en Taiwán, en Corea del Sur, en buena parte de los países de Centroamérica o Suramérica, y qué decir de antaño naciones «modélicas»: Reino Unido, Francia, Alemania..., ¡cuánto peor Italia, España o Grecia!

Platón mostró la típica deriva de las democracias erráticas hacia la tiranía. Ejemplos tenemos muchos, en el pasado y en nuestra época. Cuando Platón diseñó el gobierno ideal, consideró que debían dirigirlo sabios, es decir, los mejores: una aristocracia de filósofos. Lo aristocrático se redujo a la transmisión de la sangre y cierta educación -muchas veces ni esto-. El principio de fondo es que gobiernen los mejores para poder lograr el bien común.

Muy deficiente, España obtendría un suspenso platónico. Se ha demostrado cómo -con diferentes partidos gobernando- quienes llegan a dirigirnos resultan ineptos. Baste recordar el desastre natural en Valencia y su lamentable gestión de unos y otros, ineficientes: algunos que ni sabían lo que había que hacer en el puesto al que se habían encaramado, cobrando de todos los ciudadanos que, mientras, se ahogaban en un mar de barro. Hemos visto ministros en cultura que no habían estudiado ni siquiera un grado, aunque es común que dicha cartera muchas veces la ocupen los más necios. Por desgracia, continúan los ineptos en muchos puestos de gran responsabilidad y su ineficiencia resulta culpable y una enorme injusticia, basta leer las noticias o ver cómo los que trepan por el partido y se acercan al poder del presidente tienen preferencia al lograr un puesto, un sillón o poltrona, desde el que mirar desde arriba a los demás, pero sin poder trabajar por el bien común, pues no saben ejercer su labor.

Así tenemos que los mejores no quieren arrimarse a la política, se gana más y mucho más prestigio en otros ámbitos y uno está menos expuesto a los vaivenes de las zancadillas partidistas... Quienes se mantienen no tienen a menudo dónde irse: estos gestionan la voluntad popular. A la cúspide llega el malo. Lo contrario de bueno y bello. El malvado es horrendo. No es hermosa la cacocracia, ya que resuena de modo escrementicio. Pero no solo los malos o nulos trepan a menudo hasta lo más alto, pues llegan arriba los más maquiavélicos o peores, quienes constituyen la Kakistocracia, término usado en un sermón por Paul Gosnold en 1644, en Oxford: incompetentes, cínicos, torpes o incapaces echan a un lado a las almas grandes y brillantes, pues el partido se convierte en una triste mafia.

El gran problema para lograr una reforma electoral y del régimen de partidos está en que, si no hay revueltas o revoluciones, queda en manos de los que gozan y se aprovechan del sistema tal y como está. No todos son los peores y querríamos pensar que, como en casi todo grupo humano, hay alguna diversidad de caracteres y motivos, y no todos serán políticos con intereses particulares, sino que habrá alguno que con respeto a la ética y la justicia quiera el bien del pueblo. Soñemos.

Ilia Galán Díez. Profesor Invitado en la Universidad de Harvard, Faculty of Art and Sciences.