«De Bellum luce»

Una España que ya no se indigna

La anestesia no es reversible mientras no se consoliden nuevos liderazgos, con discursos valientes y una regeneración no sólo política, sino también emocional, de la vida pública

La indiferencia política nos está llevando a la ruina. El exceso de escándalos, el deterioro institucional, las mentiras continuas, la falta de respeto y estar en muchos casos en manos de gañanes han anestesiado la necesaria reacción democrática sin que la oposición esté siendo capaz de canalizar ese malestar.

Cuanto más berreamos en las tertulias políticas, cuando más actúan como rufianes los que nos dirigen, más tragaderas tenemos o, simplemente, menos nos importa lo que hacen y lo que dicen porque nos estamos acostumbrando a que la política sea eso: una batalla entre señores clonados que no aguantarían más allá de una semana en una empresa privada.

Hemos vivido en esta Legislatura una sucesión de cosas extraordinarias, y ante cada uno de esos hechos habrían provocado reacciones masivas, que hoy solo aguantan un par de días, en el mejor de los casos, como titulares de la noticia.

La anestesia no es reversible mientras no se consoliden nuevos liderazgos, con discursos valientes y una regeneración no sólo política, sino también emocional, de la vida pública.

España no necesita más bloqueos legislativos, más política de ficción para crear sensaciones que alimenten sentimientos que luego quedan frustrados porque no acaban en nada. España necesita indignarse, reactivarse y volver a ser libre. Cuando la gente pierde la fe en las instituciones tiende a la desmovilización. Cuando la corrupción moral se vuelve estructural en el sistema, la gente deja de exigir ética. Y cuando un país deja de indignarse por lo que están haciendo con ellos, todo puede pasar.

Esta semana había dos movimientos: una plataforma cívica proponiéndose para liderar una moción de censura y convocar elecciones, y un manifiesto de ex altos cargos socialistas que piden, por el bien del PSOE, que Pedro Sánchez se vaya.

Aunque pueda disfrutar de una España que no se indigna, por poco que quiera a su partido, Sánchez debería tener a su alrededor a algún correveidile que le dijese claramente que ha llegado al final. Que todas las cartas que tiene están marcadas, y que lo más sensato, incluso pensando en su propio bienestar, es que convoque unas primarias y se convoque un congreso para sustituirle como secretario general del PSOE. No se lo dicen porque tienen miedo a enfadarle o porque quieren prolongar cuanto más tiempo posible el sillón institucional que ahora ocupan. Pero ellos deberían ser los primeros en indignarse por haberse convertido en un fraude para el conjunto de los españoles.