Julián Redondo

30-N

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Contaba Ronnie Allen, entrenador inglés del Athletic Club entre 1969 y 1971, que cuando el «hooligan» regresaba a la cueva después de la enésima batalla, enseñaba a los congéneres el costurón aún sangrante de la última puñalada recibida y la exhibía como un trofeo. Una variante más de esa mezcla de amoralidad y maldad que mostraba Kubrick en «La naranja mecánica». Crueldad desaforada llevada a su máxima expresión el 30-N cuando radicales de extrema derecha y de extrema izquierda quedaron para molerse a golpes.

Después del asesinato de Jimmy, en España hay un antes y un después en la lucha contra la violencia en el fútbol que, sobre todo, generan unos desalmados a quienes este deporte sirve como excusa para agredir de todas las formas posibles, dentro y fuera de los recintos deportivos, y no pinchan el balón porque no les permiten saltar al campo.

El Consejo Superior de Deportes y la Liga de Fútbol Profesional han dicho basta y han empezado a aplicar medidas y a exigir que se cumplan las normas. La Federación Española de Fútbol no sabe, no contesta y ni se la espera. Villar, la máxima representación del fútbol español, ha hecho mutis por el foro, como si lo que sucedió y todo lo que se está cociendo no fuera con él. Detesta asistir a reuniones que, supone él, sólo sirven para lanzarse acusaciones mutuas y quitarse el muerto de encima. Algunos de los responsables ya están detenidos. Pero Villar se ha quedado en fuera de juego y en esa posición ha pensado la LFP mantenerle, mientras en el CSD se plantean tomar severas medidas contra él. ¿Cuáles? Se está estudiando y su presencia para aplicarlas no es imprescindible.