Violencia racista
65 millones
Se llama George Zimmerman y hace 4 años mató a Trayvon Martin, un joven negro cuyo delito fue caminar por una calle de Sanford con la capucha de su sudadera puesta, y encima desarmado. A quién se le ocurre. En el juicio le absolvieron porque el jurado creyó a quien ejercía de vigilante vecinal cuando dijo que fue en defensa propia. Y ya se sabe cómo son en Estados Unidos con la defensa propia.
Tras el juicio, le devolvieron el arma con la que mató al joven de 17 años. Ahora Zimmerman ha decidido subastar la pistola con un precio de salida de 5.000 dólares, que más tarde subió a 100.000. En pocas horas, la puja llegó a los 65 millones de dólares. Sea o no cierta la oferta, hay que ser un zombi para pagar por la pistola que mató a un joven negro. Como siempre sucede con este tipo de cosas, el propietario del arma no lo hace por dinero, es simple altruismo porque considera que la pistola es una parte de la historia de América. Desgraciadamente lo es, una parte muy repetida en la historia de los Estados Unidos, donde siguen existiendo dos grandes tabús: la pena de muerte y la posesión de armas. No hay presidente que se atreva a poner en duda ninguna de las dos porque sabe que moriría en las urnas.
Y por si la provocación necesitara de una ración extra de espíritu circense, el vigilante asegura que utilizará ese dinero para luchar contra la campaña antiarmas de Hillary Clinton.
Casi mejor que no luche por nada, que ya hemos visto cómo defiende el fuerte. Responde a las críticas aseverando que la pistola le pertenece y que puede hacer con ella lo que le dé la gana. Eso ya lo hizo: matar a un joven negro porque no le gustaba la sudadera con capucha que llevaba sin pararse a pensar que Trayvor también podría hacer lo que le diera la gana con su capucha y por eso la llevaba puesta. Pero es cierto, puede hacer lo que guste con sus posesiones. Lástima que no recuerde que el cerebro también le pertenece.
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