Elecciones Generales 2016
A la búsqueda de un presidente
Habrá que ir pensando en alguien distinto de Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera para darle las llaves de la Moncloa. Ninguno de los cuatro cabezas de cartel parece en condiciones de recibir los apoyos necesarios para ocupar la presidencia del Gobierno después de las elecciones del domingo. Los cuatro tendrán que hacerse a un lado si no queremos que siga el bloqueo político. En una circunstancia tan excepcional, el Rey habrá de ejercer plenamente su deber constitucional de arbitraje para salir del atolladero y facilitar el normal funcionamiento de las instituciones. No sería de recibo, y supondría un fracaso institucional, ir a unas terceras elecciones.
En este caso los nombres importan. Parece claro que ninguno de los otros tres candidatos van a permitir con sus votos en el Parlamento, ni siquiera con su abstención, que Mariano Rajoy siga de presidente, aunque encabece, como es previsible, la lista más votada y la bancada más nutrida. No importa que haya sido un buen presidente en tiempos muy difíciles; se le ve como responsable político de los escándalos de corrupción aflorados en su partido, aunque nadie dude de su honradez personal. Está desahuciado. Lo previsible, conociendo su sentido común y su generosidad, es que, cuando llegue el momento, sacrifique al servicio al país su legítimo deseo de seguir en el puesto para rematar la tarea. Lo razonable es que, de acuerdo con el previsible resultado de las urnas, que marca la voluntad de los españoles, en el nuevo Gobierno haya una sólida representación del Partido Popular, compuesta por personas irreprochables. Será el mejor servicio final de Rajoy a España y a su partido.
A estas alturas parece seguro que Unidos Podemos, ese conglomerado de comunistas, chavistas, socialdemócratas, populistas, seguidores del papa Francisco, asaltacapillas y partidarios del «derecho a decidir» en Cataluña, el País Vasco, Galicia, etcétera, un movimiento revolucionario y variopinto impulsado por las nuevas generaciones, empieza a ser una alternativa real al Gobierno del PP. Su deriva, si alcanzara el poder, preocupa seriamente a muchos españoles y, desde luego, a Europa y a los mercados. Se considera una aventura juvenil y entusiasta, fruto de la indignación por los demoledores efectos de la crisis, un viaje a lo desconocido, que puede poner en riesgo la convivencia democrática en España. El socialista Pedro Sánchez, el único que podría facilitar la investidura de Pablo Iglesias, ha asegurado: «No apoyaré a Pablo Iglesias para presidente”. Así que otro desahuciado.
El candidato socialista ya quedó desechado por el Parlamento en su anterior intento. Y, si las encuestas no engañan, el batacazo que va a sufrir el PSOE el próximo domingo no dejará ningún resquicio para la esperanza. Lo verosímil es que Pedro Sánchez deje incluso de ser el líder del partido. Entre sus numerosos errores e imprevisiones que le han llevado hasta aquí, no es el menor el de haber prestado a Podemos el poder municipal en las más importantes ciudades y haberse atrincherado contra el Partido Popular, rompiendo todos los cauces de entendimiento. Por su parte Albert Rivera, un valor que hay que tener en cuenta de cara al futuro para contribuir a la regeneración del centro-derecha, no parece en condiciones, y menos desde su anterior alianza con el decaído PSOE de Sánchez, de encabezar aún el Gobierno. Ciudadanos ha servido hasta ahora para dividir el voto de la derecha, rebajando su peso e influencia frente a la avasalladora irrupción de Unidos Podemos. Pero es Rivera, con buen criterio, el que ha adelantado la conveniencia de ir pensando en una personalidad de consenso que encabece el futuro Gobierno. Puede que no haya otra salida. Habrá que volver a recuperar la cordura.
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