Alfonso Ussía

A la contra en romance

A su aire, Antonio Burgos/ ha escrito una maravilla,/ un romance, una rapsodia/ al zapato de rejilla/ que, según el gran barroco/ es el que añora Sevilla/ cuando aprietan los calores/ se secan las buganvillas,/ los jacarandas desploman/ sus morados y sus lilas/ y caen desde las gomeras/ del Parque de María Luisa/ fiambres de gorriones/ petirrojos y bisbitas.

Defiende Antonio ese horrible/ calzado con ventanillas/ escarpines ventilados/ chapines con frigorías/ que calzaban los antiguos/ para expulsar calorías/ que de los dedos del pie/ salían por las rendijas/ calle Sierpes hacia abajo/ calle Sierpes hacia arriba./ Al paso de un viandante/ con zapatos de rejilla/ fallecían los geranios/ las lantanas fallecían/ y los Don Diego asustados/ jamás su capullo abrían/ por no morir entre olores/ de quesos de Argamasilla.

Además, que Antonio Burgos/ omite datos y citas./ Los zapatos rejilleros/ se prohibían en Sevilla/ en hoteles, restaurantes/ y clubes de estirpe altiva./ En el Aero, a quien fuera/ con zapatos de esa guisa/ le enviaban a su casa/ con crudeza imperativa./ En Pineda diose un caso/ de expulsión definitiva/ por unánime criterio/ de la Junta Directiva./ Su Alteza Real el Príncipe/ Don Wenceslao de Trupinia/ sobrino nieto del Duque/ de Warsawska y de Turingia,/ hijo del Príncipe Zdenko/ y la princesa Clotilda,/ hermano mayor del conde/ de Plezetwaltsky y Astigia/ y padre del mamonazo/ del marqués de Curitiba/ intentó entrar en Pineda/ con zapatos de rejilla./ Y fue tal la conmoción/ y tan profunda la herida/ de los socios que allí estaban/ que raudos, a toda prisa/ lo montaron en un taxi/ le pagaron la tarifa/ le pidieron el carné/ y lo echaron de por vida.

El Hotel Alfonso Trece/ que de regia estampa antigua/ ha pasado a ser mitad/ palacio y mitad mezquita/ con preciosos azulejos/ de bética alfarería/ anunciaba al visitante/ con tajante altanería: «En este Hotel construido/ en la extinta monarquía/ del Rey Don Alfonso Trece/ jamás serán admitidas/ reservas a quienes calcen/ con zapatos de rejilla»./ Y Allí, calle San Fernando/ donde Antonio y el que rima/ almuerzan de mangoleta/ bien a la plancha o cocidas/ las cigalas que desprecian/ los ricos sindicalistas/ a costa del gran torero/ que es alma y luz de Sevilla/ Francisco Curro Romero/ allí, chaflán de delicias/ de reminiscencias vascas,/ en el restaurante «Oriza»,/ hay un letrero que advierte/ junto al bar, sin boca chica: / «Será devuelto a la calle/ por donde pasa el tranvía/ que montó Monteseirín/ cuando estuvo en la alcaldía/ quien entre en este local/ con zapatos de rejilla».

¿Cómo puede Antonio Burgos/ defender esa inmundicia/ esos zapatos tan cutres/ que nunca los calzarían/ ni el fallecido Hugo Chávez/ ni el de Badajoz, Porrinas/ ni Peret –doy con respeto/ el pésame a su familia–/ ni Buthelesi, el zulú/ que todo de gris vestía?/ Por mucho fuego que caiga/ del sol que alumbra Sevilla;/ por más que sufran los dedos/ de los pies de quienes pisan/ el asfalto derretido/ y el alquitrán que vomita/ la calle Sierpes abajo/ la calle Sierpes arriba,/ esos zapatos no tienen/ ni defensa, ni amnistía./ Son zapatos de casino/ celebrando la vendimia/ de mil novecientos ocho/ en aquella Mancha escrita/ por Paco García Pavón/ con Plinio, el gran policía/ y don Lotario el albéitar/ siempre dispuesto a la intriga./ Son zapatos del Madrid/ de entreluces y Entrevías/ que mataba las tabernas/ y abría cafeterías./ ¡Pero no son los zapatos/ para calzar en Sevilla/ que es la ciudad con más gusto/ de esta España, nuestra y mía/ que nos quieren recortar/ los Pujol y compañía.

Exijo que Antonio Burgos/ gusto, talento, maestría/ palabra y gracia sin pausa/ de la romana Sevilla/ de Sevilla la barroca/ alma, ingenio y maravilla.../ Exijo que Antonio Burgos/ escritor de Andalucía/ donde todas las palabras/ se visten de Poesía,/ donde los pueblos se llaman/ como poemas sin rima,/ Alcalá de los Gazules,/ Castilblanco y Algeciras,/ Zahara de los Atunes,/ Puerto de Santa María/ que en público reconozca/ con su prosa y con su firma/ que por esta vez ha errado/ y ha faltado a la justicia/ que la estética demanda/ añorando con delicia/ la Sevilla que calzaba / con zapatos de rejilla.

Antonio, compadre, amigo,/ llama al maestro con prisa/ y para salvar tu alma/ te impongo sin avaricia/ esta dulce penitencia/ que cumplirás cualquier día:/ Comida con langostinos/ y cigalas en «Oriza»/a cargo de tu tarjeta/ oro o platino de «Visa».