Ángela Vallvey

Abusones

La Razón
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Tengo una amiga que, entre sus múltiples trabajos, tiene uno por el que no le pagan. Tampoco le dan las gracias. Para realizarlo, se ve obligada a desplazarse. Como no conduce, hace un periplo en transporte público –el lugar no es de acceso fácil– en el que invierte dos horas de ida y otras tantas de vuelta. El trayecto es digno de Phileas Fogg, pero ella no lo cumple por haber hecho ninguna apuesta en el Reform Club, sino porque asegura que está adquiriendo «experiencia». Ya no es ninguna joven becaria, por lo que me disgusta que se preste a algo así. El problema no es que trabaje gratis (que también), sino que le cuesta dinero trabajar. Y no es que le salga caro trabajar, sino que cuando lo hace tiene que enfrentarse a su jefe (porque trabajar gratis no la exime de tener un superior), que es un memo con ínfulas que la trata mal. La desprecia y hace lo posible por demostrarlo delante de terceros. Seguramente el tipo, como nos pasa a todos en el fondo, desdeña lo que obtiene gratis, así que desaira a mi amiga, una mano de obra más que esclava. Ni siquiera Carlos Marx tendría palabras para definir a personajes como el jefecillo de mi amiga. Desde el punto de vista de la antropología, Marvin Harris lo calificaría dentro del género «abusones». No jefe, ni cabecilla, sino un simple abusón. Desconsiderado, opresor, déspota. Ejerciendo su pequeña y mezquina tiranía sobre el ámbito de un reducido poder (apenas «manda» sobre tres personas, una de ellas mi amiga). Para ser un jefe, o un cabecilla, hay que preocuparse mucho, trabajar duro, esforzarse por encima de la media y actuar más que todos los demás. Por eso los buenos jefes acusan un desgaste terrible cuando ejercen sus funciones. Mientras que los abusones lucen lustrosos y cómodos en la práctica de sus despotismos. Esto es así desde las primitivas sociedades humanas. Los cabecillas piensan en los otros antes que en sí mismos. En las tribus paleolíticas llegaban a comer raciones más pequeñas que el resto, porque los cabecillas eran los encargados de cuidar y abastecer al grupo, y se ponían en último lugar a la hora de servirse ellos mismos. Los abusones, en cambio, son unos aprovechados, pero terminan siempre por ser castigados, incluso en sociedades prehistóricas sin sistema de Justicia. «Ad usum». (Lo tienen bien merecido, por capullos).