Acoso sexual
Acoso sexual
Yo también he sido acosada sexualmente. Dicen las cifras que el 55% por ciento de las mujeres europeas lo han sido. No lo creo. Estoy segura de que, salvo excepciones, todas las mujeres hemos sido acosadas, incluso abusadas sexualmente en algún momento de nuestra vida. Recuerdo perfectamente mi primera vez. Fue en el autobús 56 que me llevaba del colegio a casa, tendría once o doce años, y no sabía lo que estaba ocurriendo. Como es habitual entre estos pervertidos, aprovechado las apreturas y frenazos, se colocó detrás de mí y se dedicó a manosearme y rozar sus genitales contra mi espalda. Sin ser yo consciente de lo que me estaba ocurriendo, sí que lo era de mi sentir: un agobio extraño, un asco horroroso. Cuando bajé del autobús estaba aturdida y angustiada. Se lo conté a mis amigas y me explicaron que era normal, que no me preocupase, que intentara alejarme de esos tíos guarros lo más posible y ya está. En aquella época esas cosas se silenciaban más aún que hoy, y cuando alguna valiente se enfrentaba al abusador, éste solía atacar a gritos con frases tipo: «Pero, bueno, chica, ya quisieras tú». Nadie se encaraba al infame. Pero con los autobuses saturados era difícil librarse de esos sucios roces. Una amiga espabilada nos contó que lo mejor era llevar un imperdible y cuando el tipo entrase en acción pincharle. Era buena la táctica, normalmente el individuo daba un saltito hacia atrás y te miraba con odio. Tú solo tenías que disimular y bajarte del bus de improviso para que no se le ocurriera perseguirte.
Se callaba porque al manifestarlo solías encontrarte con respuestas machistas y culpabilizadoras. Les aseguro que mi uniforme gris y monjil era muy provocador.
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