Paloma Pedrero
Adolescentes, el esfuerzo
Escribía el otro día aquí sobre esa paga sustanciosa que damos a nuestros adolescentes a cambio de nada. No es bueno para nadie una vida regalada, y menos aún para aquellos que todavía se están inventando. Creciendo en una sociedad que les esconde una verdad necesaria, la de que está en nuestras manos el convertirnos en un adulto fecundo o en un cero a la izquierda. No les estamos señalando que todos somos responsables de lo que nos pasa. Desde que nos hicimos ricos en cosas y pobres en pensamiento, desde que nos dio por creer que no se puede luchar contra las circunstancias, desde que resolvimos que el infierno está afuera, la apatía y la flaqueza han hecho mella profunda. Lo noto en nuestros jóvenes como, seguramente, ya lo notaba la generación anterior a la mía en nosotros. Los mayores de ahora siguen siendo fuertes, titanes sabedores de que uno se merece lo que se trabaja. Si nuestros jóvenes ya andan muy parcos en esa filosofía, qué será de nuestros pobres adolescentes. Les estamos educando en la cultura del desaliento. Andan con su paga en el bolsillo, con su teléfono último modelo, con su tiranía ignorante. Les observo en la calle: no dejan pasar, gritan descabalados, imponen su voluntad ciega. Después, en casa, se encierran en su cuarto y se conectan a internet para relacionarse con el mundo. No estudian porque piensan que no sirve para nada, no ayudan en casa porque no tienen ganas. Y lo peor, lo más grave es que les hemos robado los sueños. Los de verdad, esos que uno sabe el gran esfuerzo que supone conseguirlos. Por eso están cansados. Y medio tristes.
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