Pilar Ferrer
Agitador, «facha» y neurótico
Tal vez la esquizofrenia le viene de cuna. Jorge Verstrynge nació en Tánger, en una familia de gustos afrancesados. Su padre, un alemán simpatizante de los nazis, le abandonó pronto y su padrastro, con quien se crió, era un hombre autoritario, de carácter enérgico, que quiso sin embargo darle una buena educación. Cuando Jorge vino a España para estudiar Ciencias Políticas, conoció a algunos familiares del entonces líder franquista Federico Silva Muñoz. Era la época en que Manuel Fraga, todavía embajador en Londres, planeaba una opción política para la derecha española. Tras la etapa del franquismo, los hombres del Movimiento se agrupaban para la Reforma Política y Verstrynge, un chico avispado pero muy veleidoso, se acercó a los llamados «Cuatro Magníficos»: Federico Silva Muñoz, Cruz Martínez Esteruelas, José María de Areilza y el propio Fraga.
Al embajador Areilza nunca le gustó. Pero a Silva y Martínez Esteruelas les hizo gracia. Ahí empezó la carrera política de un chico inquieto, de carácter inestable. Ello le marcaría para siempre en su vida política y personal. Como secretario general de Alianza Popular (AP) fue un auténtico zascandil, enfrentado a uno de los cerebros del partido, Miguel Herrero de Miñón, y vigilado por otro joven de inteligencia suprema, Alberto Ruiz- Gallardón. El padre de éste, José María, uno de los grandes hombres de la derecha, ilustrado, más demócrata que muchos izquierdosos que de ello presumían, y de los pocos que tuteaban a Fraga, se lo dijo bien claro: «Manolo, este chico nos traerá problemas».
Acertó de pleno. Verstrynge era un «picaflor» en todo. Vulnerable en el manejo del partido y muy frívolo en sus relaciones personales, que le trajeron más de un disgusto. Ello le acarreó una separación con su primera mujer, María Vidaurreta; algunos escarceos con periodistas que él utilizaba por su cercanía al poder, y el distanciamiento con sus dos hijos. Poco a poco se fue radicalizando, creyó ser amigo de Alfonso Guerra y Txiki Benegas, a quienes pasaba información de su antiguo partido, conspiró con Abel Matutes en la refundación contra Aznar, hasta caer en lo más bajo. Fue un perdedor y un traidorzuelo de baja estofa.
Por ello, resulta ahora vergonzante contemplar a Verstrynge al frente de los asaltos a viviendas de dirigentes de su antiguo partido. En sus tiempos de secretario general de AP se le conocía como «el facha», por su talante autoritario. Tras pasarse a la izquierda más radical, vuelve a ejercer su tentación totalitaria. Dicen que no le funciona muy bien la «sesera», pues se le ve con frecuencia en la consulta de un afamado psiquiatra madrileño, que parece le trata una neurosis crónica. Por cierto, a quien le paga por visita y fármacos una suculenta factura, sin ningún reparo de dinero. Mantiene varias casas de lujo en Madrid, pero luego ejerce de okupa y «chabolero», con insultos de por medio. Siempre fue un zascandil, aunque ahora se está pasando de la raya. Agitado y agitador, alborota, grita fuera de sí. Repelente es su conducta y lamentable su deriva. Que le sosiegue su terapeuta, y deje vivir en paz a los demás.
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