Julián Cabrera
Agitando la nitroglicerina
Que en este punto y hora de miércoles no se conoce imputación alguna a miembros ni del Gobierno de Rajoy ni de la actual dirección del Partido Popular por presuntos cobros ilegales vía contabilidad B es una certeza.
Que la Fiscalía ya ha pedido la imputación del secretario general de Convergencia Oriol Pujol por el caso de las ITV es otra certeza. O que conocíamos esta semana que la consultora de los ERE de la Junta andaluza –grave caso con nombres y apellidos de imputados– desviaba 13 millones a paraísos fiscales, es otra más.
Pero hay más certezas, como las que muestran las distintas varas de medir a la hora de establecer la escala de valores de un escándalo. Y aquí entra en juego algo bastante más peligroso como es el afán de quienes, por pertenecer a una determinada opción ideológica, se sienten investidos para su particular toma del Palacio de Invierno.
Que Rubalcaba marque territorio en la izquierda pidiendo la dimisión de Rajoy puede encuadrarse en el juego político, pero que juventudes como las del PSC llamen al acoso de sedes del PP, vuelve a traspasar los límites de lo admisible, por mucho que se justifique en «cosas de los chavales de Cerdanyola».
Son los métodos de quienes aplauden el cerco al Congreso de los Diputados o entienden el bandolerismo de hipermercado y que nadie hubiera imaginado en la sede socialista de Ferraz, cuando Luis Roldán se pulió los fondos para los huérfanos de la Guardia Civil o se lo llevaba caliente el señor cuya firma rezaba en los billetes de mil pesetas. Y no es porque hace años no hubiera Twitter, –hoy la embargada sede de Convergencia o la del PSOE andaluz precisan de pocas vallas protectoras–, es por una cultura de impunidad revanchista que permite según contra quienes, agitar el barril de nitroglicerina.
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