Sanidad
Al bollo
Ha sido un gag gore que maldita la gracia y que no se le habría ocurrido, por enrevesado, ni al primer Tarantino empapado en ácido lisérgico. La muerte accidental de Rocío Cortés en un hospital del Servicio Andaluz de Salud es una de esas tragedias absurdas en las que el primer reflejo de los deudos, en su lógica devastación, es intentar encontrar un culpable a lo que no es sino una broma macabra del destino, del Altísimo o de quienquiera que rija la suerte de los habitantes del planeta Tierra. La sucesión de fatalidades coincidentes en un instante es tan improbable como acertar el gordo del Euromillón pero la familia, claro, aun así exige respuestas; que no obtendrá, si se exceptúa el sucedáneo en forma de indemnización –valga la futilidad término– económica, porque nadie debe arrostrar con la responsabilidad de tamaño drama. Eso sí, la Administración de las naciones civilizadas se rige mediante un protocolo de higiene que prescribiría la dimisión de algún gestor a modo de gesto y cortafuegos. Resulta, por el contrario, obsceno el espectáculo de los burócratas junteros: aferrados como garrapatas al cargo sin otro afán que desviar el foco hacia el prójimo. Un «a mí que me registren (y que, llueve o truene, me ingresen los 3.000 el día 26)» coral que terminará, al tiempo, con un enmarronado de quinta fila... en previsión de lo cual, ya están los sindicatos en guardia y disparando por elevación. Y la oposición en pleno, claro, anda afanada en cobrarse alguna pieza política. De la muerta sólo se ocupará alguna comparsa carnavalesca... que le compondrá una letra lacrimógena al objeto de acopiar un máximo de puntos.
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