Cástor Díaz Barrado

Al filo

La Razón
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No es necesario que los países europeos agoten el tiempo y nos anuncien el acuerdo o el desacuerdo en el último minuto de la realidad. Las dificultades, por grandes que sean, se pueden superar con normalidad. No es preciso llevar las negociaciones entre Grecia y sus socios comunitarios hasta el final y, menos aún, situarse al borde del abismo. ¿Por qué todos parecen empeñados en representar un papel que nos les corresponde? ¿Por qué debemos vivir permanentemente en estado de sobresalto? ¿Por qué debe quedar la imagen de que hay o no hay vencedores y vencidos? La Unión Europea es más que una organización internacional y mucho más que la mera asociación de estados vinculados por lazos económicos y algunos componentes de carácter político. No hay en el planeta ningún otro proceso tan exitoso y el grado de bienestar del que gozan los ciudadanos en la Unión Europea resulta, en términos generales, ciertamente envidiable. El objetivo no es otro que mantener la unión entre los europeos, reforzarla y continuar en el camino que nos conduzca a la desaparición de los estados. Los nacionalistas, de uno y otro signo, están dispuestos a acabar con la construcción europea y no aspiran, en modo alguno, a crear situaciones de bienestar. La situación social en Grecia es difícil y, por ello, los países de la Unión tienen que estar dispuestos a ayudar y a expresar su solidaridad con el pueblo griego. La economía en el país heleno debe revitalizarse y no podemos permitir que se generalice la pobreza. No cabe otra solución que un acuerdo que resulte satisfactorio para todos. El diálogo y el acuerdo son partes esenciales de nuestra tradición más reciente. Europa está por encima de los mercados y de quienes observan, con regocijo, que se produzca el abandono, por razones económicas, de un país miembro como Grecia. No podemos detenernos más en este asunto. Faltan muchos caminos por recorrer y cuanto antes lleguemos a la extinción de los estados, mucho mejor. Grecia debe ser parte inescindible de la Unión Europea y se deben derrochar todos los esfuerzos para resolver los problemas económicos y sociales a los que se enfrenta. No es preciso situarse, de manera constante, al filo. No es necesario bordear, permanentemente, los precipicios. La Unión Europea debe ser un espacio de pura normalidad en el que, día a día, los estados vayan entregando soberanía hasta su desaparición. A partir de entonces no habrá alemanes, griegos o españoles y todo será, sin duda, mucho mejor y mucho más sencillo.