Restringido

¿Alguien no quiere a Mandela?

De todas las condolencias oficiales mostradas tras la muerte de Nelson Mandela, la que más interés tiene, bajo mi punto de vista, es la de Vladimir Putin. Dijo en un aseado comunicado que había sido «uno de los políticos más destacados de la época moderna». No se puede expresar tanto con tan poco hielo. No quiso extenderse en cuestiones historicistas sobre dónde comienza y dónde acaba la «época moderna», pero, teniendo en cuenta que Rusia se mueve con la lentitud de las glaciaciones y la pisada firme de los imperios, digamos que ese periodo menor es el que abarca desde octubre de 1917, fecha en la que historia alcanza sus objetivos, hasta que los rusos gozaron de ser gobernados por el propio Putin, infatigable luchador por los derechos humanos. En ese espacio de tiempo, el presidente de Rusia le ha hecho un hueco a Mandela entre una larga lista de otros «destacados», se supone que algunos haciendo el bien y otros el mal. Pero no se quedó ahí. Mientras que el resto de mandatarios destacaban que Mandela había sido un buen tipo, tanto que rozaba la ingenuidad, Putin fue más allá: «Hasta el final de sus días se mantuvo fiel a los ideales del humanismo y la justicia». Y además, íntegro... Esos ideales que ya no están al alcance de la acción política, esa pura quimera de gente bondadosa, cuando todo el mundo civilizado sabe que la justicia se imparte en Siberia. Mandela debió de ser una buena persona, nadie lo pone en duda, de ahí que se le tratase como «padre» o como «venerable anciano», pero no como un político pisoteando el barro. Mi hija, recién cumplida la mayoría de edad, me envía un mensaje: «Ha muerto Mandela». Puedo extraer algunas conclusiones. No hay nada como tener una causa justa por la que luchar. Clara como el agua. Un hombre, un voto. Todas las personas son iguales por encima del color de su piel. ¿Por un euribor más bajo? ¿Por el estricto cumplimiento de la deuda pública?