Acoso escolar
Alma de acosador
Los modelos de conducta, en lo relativo a resolución de la frustración y manejo del complejo de inferioridad, hallan su «solución» en el igualar hacia abajo, en el menosprecio, burla, mofa y befa del otro: variedades, todas ellas, del «acoso». En todas las épocas, ha habido niños y niñas que se atribuían una «superioridad» al resto. En base, a la cual, convertían a otros en objeto de sus burlas: podía ser a cuenta de la inteligencia (sobre todo, si se llevaba gafas: «el gafotas»), de una característica física (nariz u orejas grandes), del llevar botines ortopédicos por razones médicas, ser pobre o de clase social inferior.
El acoso siempre ha existido, aunque era menos bestia que en la actualidad. ¿Dónde habrán aprendido a conducirse así esos niños acosadores con sus semejantes «diferentes», en casa, en la tele? Que un niño pegue, acuchille, maltrate, veje a otro en las redes sociales –algunos graban la paliza y la cuelgan en Youtube–, nos acerca a la sociedad de bárbaros de hace siglos. La psique infantil no es tan infantil en estos casos. La semilla del mal anida ya en ellos y sólo busca la oportunidad para manifestarse: la televisión pone la plataforma para ello. Basta con ver cómo se tratan unos a otros los tertulianos de los programas de «los higadillos», las series juveniles, videojuegos (inspirados por el diablo a juzgar por la intensidad de la violencia), o las propias películas. La violencia está normalizada. Con lo que, aquellos con propensión a ella, se adhieren al club de los acosadores.
Nunca el complejo de inferioridad tuvo mejor excusa para vengar su frustración en otro. Estos nuevos bárbaros andan faltos de educación, disciplina y, posiblemente, de amor. También deberían aprender empatía: el prójimo es un ser humano y no un trozo de carne. Nadie tiene derecho a maltratar a un semejante por diferente que sea en el exterior. Tolerancia cero al acoso.
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