Alfonso Ussía

Amazonas

La Razón
La RazónLa Razón

He tenido la fortuna de contemplar una preciosa grabación deportiva. Exceptuando al que firma, mi familia ha sido siempre muy aficionada a los caballos. Mi caso es diferente. Los caballos sienten mi inseguridad y al menor descuido me descabalgan. De ahí que me enfurezca esa cursilería tan extendida por España de dirigirse a los varones con ínfulas de novelas de caballería. «Buenos días, caballero».

Caballero era el duque de Alburquerque, don Beltrán Osorio, que disputó en más de una veintena de ocasiones el «Grand National» de Aintree, y en España, con un caballo nacido y crecido en el Soto de Algete ganó el Gran Premio de Madrid. Caballeros son todos los oficiales de Caballería y los componentes de los escuadrones, militares, de la Guardia Civil y municipales a caballo. Sólo se da un caballero de a pie, y en ese caso, lo soy de honor. El caballero legionario. Son caballeros los jinetes dedicados a la hípica, las carreras de caballos, los picadores, los mayorales, y todos los que muestran su destreza sobre una silla de montar con caballo debajo. A las mujeres se les conoce por amazonas, las guerreras míticas de la Amazonia que creyeron soñar con su vista los aventureros españoles. Porque el primer nombre del río Amazonas, cuya fuerza endulza la mar en decenas de millas fue «Santa María de la Mar Dulce».

En los concursos hípicos y las carreras de caballos, los hombres y las mujeres compiten en las mismas condiciones. Esfuerzo y riesgo, si bien el deporte, lo que se dice hacer deporte, lo hace el caballo. Y como dijo el mejor jockey de la historia, Sir Lester Piggot, «Si algún día los caballos piensan, se acaba la equitación». Admiro a los jinetes y a las amazonas, y las segundas me atraen más que los primeros. Una mujer atractiva sobre un caballo triplica su belleza y su armonía. El gran jinete del cine ha sido John Wayne, y la amazona Sharon Stone, en una película que dispara y mata vengando a su padre y no falla un pepinazo.

Pero todo cambia. Las más bellas amazonas de España son hermanas. Las hermanas Serra. Les llaman las «podepijas», porque una y otra cabalgan con el morado en su corazón. Clara e Isabel Serra. Una, Clara, errejonista, e Isabel, partidaria de Pablo, el macho alfa. Las dos, maestras en cabriolas. Y muy guapas y elegantes sobre sus alazanes favoritos. De conocerlas John Ford, habrían intervenido en los grandiosos «westerns» del genial tuerto.

Mantener un caballo cuesta un ojo de la cara. Mi amigo inglés Mark Inch se confundía, y cuando algo le parecía excesivamente caro decía que le había costado «un huevo de la cara». Y también que se le ponían «los pelos de gallina», y no la piel. Entre los pelos en punta y la piel o la carne de gallina se hacía un lío. El gran mayorista textil de la Barcelona de los años sesenta, Damiá Llorens i Papiolas-Montull, tenía su autorizada amante en «Madrit» y dos caballos en el Polo para sus hijas. Los gastos eran altos y se lo planteó a su mujer, la Montse. «Montse, hemos de elegir entre mi querida en “Madrit” y los caballos de las nenas». Y la Montse, muy preocupada con la imagen y el prestigio de su marido, no lo dudó: «Damiá, la querida de “Madrit” es más importante que los caballos de las nenas». Y las nenas se quedaron sin caballos.

Las hermanas Serra, conocidas con perversidad como las «podepijas», se han adueñado del corazón de decenas de miles de hombres gracias a su vídeo de exhibición. Para montar tan maravillosamente a caballo, hay que tener caballos y mantenerlos. Ventana abierta. Que se cuiden. Además de un buen partido, el macho alfa se mueve en sus entornos. Y la bella Irene María Montero no tolera competencias. Así que más ¡Sóooo! que ¡Arre!