Alfonso Ussía
Amor puro y cristalino
Mientras en España nos recreamos en una absurda sesión de investidura, en Italia estalla el amor puro. El que impulsa a latir al unísono los corazones de Silvio Berlusconi y Lavinia Palombini. Berlusconi, que cumplirá en septiembre los 80 años con el pelo postizo y naranja, ha caído en las redes de la bella Lavinia Palombini, que ha ofrecido desinteresadamente su amor a Berlusconi. También lo hicieron previamente, sin interés alguno por su parte y sólo empujadas por la fuerza de la pasión, Carla Dall´Oglio, Verónica Lario, Ruby la marroquí y Francesca Pascale, que es la perjudicada en esta maravillosa historia. A pesar de la sinceridad del amor de estas mujeres, que sólo buscan el prodigio de la culminación amatoria con el simpático milanés, todas ellas, al finalizar sus relaciones con Berlusconi, acuden a su Banco con mayor seguridad. La basura que Berlusconi expande por España con sus cadenas de televisión –otros hacen lo mismo y no se enamoran de ellos las Palombini–, se convierte en el oro que el milanés ofrece a sus amores sinceros. Puede con todo. Su pelo naranja le dota de la fuerza y virilidad de Sansón, y ellas caen rendidas ante su palabra. Cuando era Primer Ministro de Italia, un diputado adverso, bastante enfadado por cierto, le exigió a Berlusconi que se fuera a su casa. –¿A cuál de ellas? Tengo veinte–. Y el adversario no encontró argumentos para proseguir su charlita.
He examinado con detenimiento la figura y la mirada de Lavinia Palombini y llegado a una conclusión positiva. Su amor por Berlusconi es sincero. Así como a la marroquí Ruby, con la que Berlusconi compartió pasiones silvestres cuando la chica era menor de edad –nunca fue motivo de debate en Tele-5–, se le veía el plumero desde más allá del horizonte, Lavinia Palombini representa la transparencia del amor cristalino. La madre de Lavinia se siente orgullosa de su hija. «Mamá, lo mío con Silvio es sincero. Y él me respeta. Durante las noches que he dormido junto a él, no me ha tocado ni un pelo». Por lógica se deduce que la señorita Palombini está depilada. Pero su madre quedó satisfecha con la explicación y ahora está ocupada en encontrar un piso más grande y en mejor barrio para vigilar más de cerca los vaivenes pasionales de su niña.
Eso sí. La napolitana Francesca Pascale, que ha cumplido los 30 años y ha sido abandonada por Berlusconi, ha declarado que está de acuerdo, que su amor ha sido también sincero, que le ha dedicado a Silvio –no me fío de los que se llaman Silvio–, los mejores años de su vida, y que una cosa es el amor y otra muy diferente el dinero. De tal modo, que si Silvio no le ingresa en su cuenta corriente una cantidad a modo de compensación por el cambio de pareja, le va a hacer a Lavinia Palombini la vida imposible. De ser romana, o lombarda o veneciana, sus amenazas carecerían de importancia, pero la Pascale es napolitana, y con una napolitana no se juega.
¿Qué hacen Berlusconi y Lavinia cuando están juntos? Por ahora manitas, mientras él le recita poemas de amor y ella le consulta dudas universitarias. Besos, todavía no. Y cuando bailan en soledad en una de las veinte casas del enamorado, lo hacen siguiendo estrictamente las normas del jesuita español Jorge Loring recogidas en su libro «Para Salvarte». «En el baile agarrado, el aire debe correr entre los dos cuerpos para evitar que el contacto, por efímero que sea, abra las puertas de la tentación hacia el pecado». Y creo que es así. Berlusconi ha sido de siempre un modelo de respeto y contención pasional con las mujeres, y de Lavinia Palombini, cuando fallezca –también se morirán los jóvenes de hoy–, se podrá escribir en su necrológica que era una dama de acrisoladas virtudes.
Dudar de la limpieza y sinceridad del amor de Berlusconi y la Palombini, es consecuencia de la envidia. ¡Qué maldad la del ser humano!
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