José Luis Alvite
Amor y orina
Hay unas cuantas cosas elementales que motivan a la gente, la conmueven y la espolean para la realización de importantes movimientos sociales o grandes gestas. A veces nos movilizamos detrás de una idea sencilla o seguimos ciegamente la sombra ondulante de una bandera, las jaculatorias de una procesión o los acordes de un himno. Pueden esconderse los horrores de la guerra detrás del pensamiento más noble, igual que al otro lado del rostro más horrible vislumbramos otras veces el corazón más hermoso. Pero hay cosas terribles de las que no parece razonable esperar que se deriven expectativas honrosas. Por ejemplo, es difícil razonar con hambre, discurrir con sueño o permanecer sensato justo en mitad del desencanto, la injusticia o la furia. Un hombre insensible puede resistir casi cualquier calamidad siempre y cuando no se encuentre sometido a las mismas privaciones que el perro ciego y leñoso que agoniza entre sus piernas. Podrá resignarse a que alguien limite sus pensamientos o censure sus sueños, pero no soportará que más vacía que su alma lo esté incluso su nevera. No hay en la Historia una sola revolución que no haya calado como una idea delirante en la cabeza de un hombre sin haberla sentido antes como una losa insoportable en su estómago. No se necesita ser muy listo para darse cuenta de que un hombre sin formación es peligroso, muy peligroso, pero aun lo es mas si además de carecer de formación, resulta que está en ayunas. Incluso al final de la lucha más sangrienta, sosteniendo en su regazo las vísceras de otro soldado, un hombre siente que hay algo de bendita redención moral en ese instante en el que con el hedor de la muerte recorre la soledad del campo de batalla el inesperado aroma estilográfico que llega hasta el infierno desde el silbido que tararea el café. Como me dijo un proscrito, «a veces, en situaciones extremas, lo que de verdad necesitas de una mujer no es su amor, sino su orina».
✕
Accede a tu cuenta para comentar