José Luis Alvite

Años de galope

Años de galope
Años de galopelarazon

Sé que estoy en esa edad en la que las cosas que antes hacía por el almanaque, habré de hacerlas ahora por el reloj. Si alguien interesante me propone esta mañana que nos veamos la próxima semana, procuraré adelantar la cita para esta misma tarde. El tiempo apremia y nadie puede asegurarte que mañana no lleves diez años muerto y quince enterrado. Me salva que no tengo grandes cosas pendientes y que en general he tenido una vida en la que no faltaron las emociones, ni escasearon los placeres. Estoy seguro de que hice méritos sobrados para haber llegado antes al cementerio. Debo reconocer que tuve a mi favor una resistencia física envidiable, una fortaleza natural de la que yo mismo muchas veces me he sorprendido. Supongo que la mía fue la actitud insaciable de alguien que deseaba disfrutar de una manera voraz, motivado por cualquier tentación y alentado por aquella fortaleza física en la que no conocí jamás un desfallecimiento del que no pudiese sobreponerme echando una cabezada en el ascensor o excitándome con la idea de un cansancio nuevo. Supongo que aquella convulsa y excesiva manera de vivir supuso una acumulación de esfuerzos que ahora me pasan factura. No importa. Siempre fui de la idea de que a un caballo no hay que retenerlo en el cajón del hipódromo por el temor de que si echa a galopar le venza el cansancio. Por otra parte, psicológicamente me conviene creer que hice lo que correspondía hacer. Era más joven que el periódico del día. De algún modo supe entonces que aquel era el tiempo de los excesos, el momento de vivir, y que ya vendrían luego sin remedio los días de serenidad y desencanto, esa edad lenta y votiva en la que un hombre se da cuenta de que la vida hay que convertirla en vicio, en placer y en pecado antes de que con el paso de los años el cuerpo solo te permita convertirla en literatura.