Economía

«Aquí mando yo»

La Razón
La RazónLa Razón

Se cumplen cien días de su llegada a la Generalitat. Y todos cuantos trabajan en su entorno y le han visto en esta etapa coinciden: Carles Puigdemont está creando a velocidad de vértigo su propio espacio, muy alejado de su antecesor Artur Mas. «Suave en las formas, sin renunciar a los principios». Es el lema del equipo de este gerundense, nieto, hijo y hermano de pasteleros, que no piensa ni por un momento ser un títere de quien le designó. Durante estos cien días, de manera muy discreta, Puigdemont ha recibido a personas de la sociedad política, empresarial y civil de Cataluña. Y ha tenido dos gestos inauditos: verse con el líder de Ciudadanos, Albert Rivera y, sobre todo, pedir hacerlo con el presidente del gobierno en funciones, Mariano Rajoy. «Es mejor entenderse con un independentista de pedigrí que con un advenizo como Mas», aseguran destacados empresarios y dirigentes políticos, tras estos encuentros con el inquilino de la presidencia catalana.

Cien días de educadas declaraciones y mucha inacción, según el balance de dirigentes de varios partidos en Cataluña. Pero con algo a su favor: Puigdemont es mucho más pragmático que su antecesor y tiene algo claro que ha transmitido a sus interlocutores: una cosa son los gestos y otra la realidad. Por ello, aunque en público abandera «el procés» independentista y la creación de Estructuras de estado, sabe perfectamente que necesita la ayuda del Gobierno español. «Aquí no hay un duro, necesitamos al Estado español y éste, a su vez, depende de Bruselas». Es el contundente análisis de varios consejeros con peso en el Govern, bien conocedores de la quiebra absoluta de las cuentas públicas en Cataluña. De ahí, las sopesadas declaraciones de Puigdemont sobre el tan manido lema de Artur Mas, «España nos roba». Para el actual presidente, esto es «un mantra que no comparto en absoluto».

Su actuación se cimenta en tres baremos: petición del referéndum sin una radical declaración unilateral de independencia, prudente equilibrio con Oriol Junqueras y distancia absoluta de Artur Mas. «Junqueras marca el paso y Puigdemont le sigue con inteligencia», dicen en el Govern. A pesar de su separación electoral en unos nuevos comicios, fuentes de Convergència y ERC coinciden en que ambos mantienen una buena sintonía personal y lealtad institucional. Al presidente no le gustó enterarse por la prensa de los encuentros de Junqueras con los ministros en funciones Luis de Guindos y Cristóbal Montoro, pero ambos celebraron un largo almuerzo privado en el Palau y limaron asperezas. Según sus colaboradores, de ahí salió la petición de entrevista con Rajoy en La Moncloa. Desde la Generalitat no se prevén grandes acuerdos, pero al menos servirá para desbloquear el hielo mantenido con Mas. «Los puentes están tendidos», añaden.

El escenario que ahora vive Convergència es complicado y, según algunos empresarios que se han visto recientemente con Puigdemont, éste no renuncia a su liderazgo. «Señores, aquí mando yo», les dijo el presidente sin titubeos. Fuentes de CDC explican que Artur Mas está «rabioso y desesperado». Lo primero, por comprobar cómo su sucesor va por libre y escapa a su control. Y lo segundo, porque en sus intentos de refundar Convergència muchos les dan la espalda. «El partido le está dejando solo», admiten destacados convergentes, sin ocultar la guerra de sucesión encubierta. Germá Gordó, Josep Rull y Francesc Homs están en la carrera, pero quien de verdad aspira al liderazgo es el propio Carles Puigdemont. Esto lo reconocen incluso varios dirigentes del PSC, que mantienen buena relación con el presidente. «Le gusta el poder y luchará por él», aseguran tras vaticinar una batalla entre Artur Mas desde el partido, y el Govern de La Generalitat por otro.

En estos cien días, Puigdemont ha montado una guardia férrea de leales. Junto a la vicepresidenta Neus Munté, ideóloga de las políticas sociales anunciadas en su balance de gobierno, están el secretario general, Joan Vidal de Ciurana, su jefe de gabinete, Josep Rius, y dos mujeres de su confianza: la secretaria personal Anna Gutiérrez, que ya estuvo en el Ayuntamiento de Gerona, y la jefa de coordinación Elsa Artadi. Ellos son el «núcleo duro» del presidente, muy alejados de la antigua cúpula de Convergència. A excepción de Munté, la sindicalista de UGT, que fue número dos de Mas, el resto son personas cercanas a Puigdemont que trabajan en esta «suavidad» de la figura presidencial. Sin olvidar a Jaume Clotet, un periodista compañero de años, encargado ahora de toda la maquinaria de comunicación de la Generalitat.

En el plano personal, Carles Puigdemont no ha querido vivir en la Casa dels Canonges, residencia oficial de los presidentes en el Palau de la Generalitat, y recorre todos los días los cien kilómetros que separan su casa en Gerona de Barcelona. Como anécdota curiosa, ha perfilado un poco su típico flequillo, que se dejó por indicación de su abuela a raíz de un antiguo accidente de coche. Es un hombre muy aferrado a las costumbres familiares, como su mujer, Marcela Topor, rumana de nacimiento, quince años más joven que su marido y de fuertes creencias espirituales. Los pocos amigos íntimos que la pareja tiene en Gerona, donde Puigdemont ha sido alcalde, coinciden en que son una pareja compenetrada y unida por una cultura visionaria. Compañeros de colegio de Carles en su pueblo natal, Ares, recuerdan que le gustaba vestirse de nigromante y leer libros de magia. «Le apasionaba la trascendencia, viajar, conocer nuevos mundos», dicen sus amigos de entonces.

Algo que compartía con Mars, como llaman en la intimidad a a esta mujer filóloga y periodista, que conoció a su esposo cuando era actriz de un grupo teatral que actuaba en Gerona. Marcela se había enrolado en la compañía en Londres, donde perfeccionó un estupendo inglés, junto con francés, italiano, alemán y catalán, lenguas que habla a la perfección junto con su idioma natal. De hecho, ella le enseñó rumano a Carles y él la introdujo en el castellano. En su casa, el matrimonio habla en catalán, inglés y rumano con sus dos hijas, Magali y María. Dos niñas de ocho y seis años, políglotas y educadas en la religión cristiano ortodoxa, a las que su padre sigue llevando todos los domingos a la pastelería familiar para comprar unas típicas «cocas» de chocolate. Puigdemont es, a decir de su entorno, un presidente separatista «en versión dulce».