Alfonso Ussía
«Arragón y la mosa del bailo»
El accidente de Sochi no sólo ha fulminado noventa vidas. Ha terminado con el Coro del Ejército Ruso, un conjunto coral grandioso. Lo fundó en 1928 Alexander Alexandrov, autor del himno de la Unión Soviética, pero su gran impulsor y director fue su hijo, el general Boris Alexandrov. Eran tan buenos cuando actuaban como «Los Coros y Ballet del Ejército Rojo», que me emocionaban el himno de la URSS, la Internacional y la Varsoviana. Para mí, que lo que distingue a los conjuntos corales rusos del resto es la calidad de sus bajos. En Rusia se nace con la música puesta, como en Austria y Alemania. La música militar rusa, tanto la zarista que cantaron los Cosacos del Volga, como la comunista del Ejército Rojo, es de una calidad, hondura y dificultad insuperables. Derrumbado el comunismo, el Ejército Rojo pasó a ser el Ejército ruso, y recuperó para su repertorio centenares de canciones folclóricas prohibidas por la Revolución. A España llegó el maravilloso Ballet de Igor Moisseiev, pero nadie ha igualado la armonía, la conjunción y el entusiasmo que las voces y los músculos de cantantes y bailarines del Ejército Rojo pasearon por el mundo. El nieto del fundador e hijo de su gran director y adaptador, el tercer Alexandrov, ha llorado como nadie la tragedia. «Siento una pena terrible, porque han muerto todos los que daban personalidad y color al conjunto. Eran los mejores solistas, fallecieron los mejores, y ahora todo se vendrá abajo».
Entre los desaparecidos, el gran tenor Vladislav Golikov, el solista de la jota aragonesa, que arrancó «bravos» y ovaciones interminables en todos los teatros del mundo. «Aragón, la más famosa/ de España y de sus regiones/ porque allí bajó la Virgen / y allí se baila la jota», que el bueno de Golikov convertía en una maravilla del arte con una pronunciación muy particular. «Arragón, la más famosa». Cuando la jota se anima y prospera, se alcanza el tramo de la moza del baile. «Con una moza del baile», que en versión de Golikov sonaba «con una mosa del bailo». El final, apoteósico, entusiasmó a todo el mundo. Pero yo recuerdo al viejo y grandioso coro de los años sesenta. Sus discos se producían y vendían en España sin ningún problema. «A lo largo de la Peterskaya», «Kalinka», «Souliko», «El Guardia Fronterizo», el «Volga, Volga», y sobre todo, aquella «Varsoviana» que principiaba pianísima y poco a poco iba caminando hacia el estruendo arrebatador de la emoción final. Guardo sus vinilos como reliquias.
También los músicos y bailarines del Moisseiev, que llenaron el Palacio de los Deportes de Madrid durante diez días, bailaban la jota. Creemos que fuera de España lo más popular es el flamenco liviano, cuando en realidad lo que llama la atención de los grandes músicos es la jota aragonesa y la jota navarra. Asistí a una sesión acompañado de don Antonio Garrigues Díaz-Cañabate. Al finalizar la jota, don Antonio sentenció: «Más que una jota, han bailado una hache». El «gopak», lo que aquí conocemos como el baile de los cosacos cerraba la actuación con más de veinte minutos de ovación cerrada.
Pero jamás pude asistir a un concierto de los Coros del Ejército Rojo, del Ejército ruso. Por dos días, no alcancé a verlos en su anual comparecencia en el «Bolshoi» de Moscú, ya con la denominación nueva. En Sochi, han volado por última vez las mejores voces del mundo. Y en las frías aguas del Mar Negro, se quebró la voz de un gran amigo de España, el tenor Vladislav Golikov, el que cantaba como nadie las jotas de «Arragón» y se enamoró musicalmente de «la mosa del bailo».
Tengo mucho que agradecerles.
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