Carlos Rodríguez Braun
Asimetría de don Alberto Rodríguez
El excelentísimo señor don Alberto Rodríguez, que ha sido diputado de Podemos en esta breve legislatura, y que espero lo sea en la próxima, es una persona de gran utilidad para las mujeres y hombres que aprecian la libertad.
La prueba que traigo a colación para sostener mi tesis no tiene que ver con su biografía, que al parecer es interesante, porque he leído que fue detenido por actos violentos, y que está muy orgulloso de ello. He leído que declaró: «No me avergüenzo de haber luchado, de haber defendido los derechos de todos y todas y de haber acabado detenido por ello. No sólo no me avergüenzo, sino que lo volvería a repetir». No me consta que esto sea verdad, pero no me extraña: los totalitarios siempre encuentran excusas para conductas violentas, como asaltar una Iglesia, o impedir a los gritos que hablara Rosa Díez en la Universidad, como hizo el mismísimo Pablo Iglesias, que va por ahí como si fuera un estadista moderado y tolerante.
Me concentraré en lo que no hay duda que don Alberto Rodríguez hizo, porque se puede ver: se trata de su primer discurso en el Congreso. Todo en él daba la impresión de que lo que dicen en Podemos es verdad: o sea, son distintos, son nuevos, son la nueva política. En camiseta, sin corbata, con sus célebres rastas... eso tenía que representar la novedad.
Pero cuando el señor Rodríguez habló, el contraste entre su aspecto y sus ideas no pudo ser más llamativo: sus ideas son tan rancias como las de cualquier fascista o comunista, por su rechazo a la libertad y su hostilidad a los derechos de las trabajadoras y los trabajadores. Su demagógico mensaje, en efecto, consistió en afirmar que lo que necesitan los ciudadanos es un intervencionismo aún mayor que el actual. Dijo seriamente que para que los trabajadores cobraran más dinero sólo hay que aprobar una ley. Nada más. Lógicamente, quien no la quiera aprobar es que no tiene «vergüenza». Impartió lecciones de economía «de primaria»: «si se suben los salarios por ley, entonces habrá más demanda y los negocios no cerrarán». En serio proclamó este disparate. E insistió en que sólo era cuestión de imponerlo legalmente, «con muy poquito esfuerzo».
Al final de su intervención recordó las palabras de su madre cuando se enteró de que hablaría en la tribuna de la Cámara. Le dijo: «Mi niño, no tengas miedo, sube allí arriba para darle voz a los que ni siquiera saben que la tienen». Eso es el populismo en el fondo, es decir, el desprecio al pueblo, que es tan bobo que ni siquiera sabe que tiene voz.
Finalizado su discurso, el excelentísimo señor don Alberto Rodríguez, que fue diputado y espero que lo siga siendo, volvió a su escaño mientras toda la bancada de Podemos, con Iglesias, Errejón y Bescansa, a la cabeza, le aplaudía puesta en pie.
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