Cristina López Schlichting
Astrología
Me interesa la astrología. Lo confieso, entono un «mea culpa», reconozco que en una cristiana es aberrante; pero, a pesar de todo, me interesa. Ser andaluz, castellano o escandinavo marca mucho y –si me permiten explicárselo– ser aries o géminis, también. No soy determinista y defiendo la libertad del hombre, pero no por eso dejo de comprender la influencia de ciertos elementos externos en el comportamiento. La meteorología, por ejemplo, se está probando en medicina como inductora de dolencias como la depresión (relacionada con los cambios lumínicos). La luna mueve las mareas, así que no me parece imposible que pueda influir en las personas. Con estos rudimentarios razonamientos había colegido yo que no podía ser baladí nacer en diciembre o agosto, pasar los primeros importantes meses de vida en la umbría o al sol. Y hete aquí que la Universidad de Columbia publica un estudio absolutamente riguroso en el que, tras analizar una abrumadora población de 1.750.000 personas, establece relación entre el mes de nacimiento y 55 dolencias. De este modo, los nacidos en enero tendrían propensión a unas y los de abril o junio, a otras. Me faltaba un nexo con la teología, para reconciliarme con todos esos amigos curas que se tiran de los pelos cuando les explico mi afición por las cartas astrales. Y hete aquí que me ha proporcionado cierto consuelo repasar «La infancia de Jesús» de Joseph Ratzinger, nada menos. El papa emérito recoge interesantes investigaciones sobre la estrella de Belén y los reyes magos. Por ejemplo, que Johannes Kepler documentó, para las fechas del nacimiento de Jesús (las que actualmente se dan por válidas, un poco anteriores al año 1), una conjunción de los planetas Júpiter y Saturno. En la tradición babilónica (los magos procedían de Oriente), Júpiter simbolizaba al rey de los dioses y Saturno, al pueblo judío. Así pues, los magos, probablemente acostumbrados a buscar signos en el cielo, interpretaron que el máximo dios se encontraba en Palestina. Por eso se movieron hacia allí. Naturalmente, Benedicto XVI no dice que la estrella determinase el destino del Niño, sino que el Niño pudo guiar la estrella. Y aquí entro yo y mis teorías cimarronas: ¿no puede el Señor del cielo permitir que los planetas influyan en el hombre, de la misma manera que permite que el sol y su luz influencien nuestros cuerpos? Digo yo que, de ahí a creerse los horóscopos de los periódicos, hay un trecho razonable. Ser Aries significa haber nacido en primavera, ser Capricornio implica haberlo hecho en el profundo invierno. Son matices.
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