Cristina López Schlichting
Ateísmo e incultura
Estoy segura de que la razón de ser de un ateo no es la incultura. La falta de fe ha sido en general fruto de largos conflictos intelectuales, así que me niego a pensar que la «asnería» que se está instalando entre nosotros sea el deseo de quienes no pueden o quieren creer en Dios. Mi hermana enseña alemán a niños pequeños y, al abordar el vocabulario de estas fiestas, se ha encontrado con que desconocen el significado de palabras como Adviento o Navidad. No saben qué ocurrió en Belén, nadie les ha explicado quiénes son San José o la Virgen y uno dijo que «el Niño Jesús es un ángel que trae Papa Noel».
En los años 90 tuve oportunidad de viajar mucho a los países del Telón de Acero y recuerdo con espanto una visita al bellísimo museo de iconos de Sofía. Era mi intérprete Iorgi Iotov, un licenciado en Filología que me miraba con asombro mientras yo iba recitando los motivos de los cuadros: «La Trinidad, la Virgen con el Niño, San Pedro, San Juan Bautista...». –¿Has estado antes aquí?, preguntó. –Nunca, contesté. –¿Entonces cómo puedes saber el nombre de todas las pinturas?, espetó. La pobre criatura, hija del comunismo, desconocía sencillamente toda su tradición judeo cristiana. Sentí un escalofrío al percibir el vacío sobre el que descansaba el andamiaje mental del joven universitario.
Cuando Patricia desgranaba el relato de lo acontecido en su aula de Madrid, me vino a la mente el paseo con Iotov. Supongo que estos niños no reciben clase de religión ni han visto un belén el tiempo suficiente como para preguntar nada. Pero ¿de verdad que padres y maestros quieren que crezcan como aborígenes australianos (con perdón de éstos, que seguro que conservan sus propias tradiciones con orgullo)? El más avanzado de los niños apuntó a mi hermana que «Jesús es un señor que unos dicen que existió y otros no». Ya imagino que para los progenitores de estas criaturas desdichadas las crónicas de Tácito, Suetonio, Flavio Josefo o Plinio el Joven son irritantes, pero no entiendo qué tiene que ver negar la divinidad de Jesús con tachar su comprobada existencia. Si algo o alguien no lo remedia, las nuevas generaciones serán capaces de ver la Sagrada Familia del Pajarito y pensar que Murillo estaba pintando a los abuelos de los Simpson. Habrá quien imagine que el David era un modelo de pasarela y el Moisés un tipo con el pelo ardiendo. Quien se pregunté por qué la jovencísima Piedad sostiene un hombre adulto en los brazos.
Saber que San Pedro se representa con una llave del cielo en la mano, que los mártires portan palmas o el cordero de Dios no es una oveja, sino la representación de Cristo, es asunto no sólo de los creyentes, sino de cualquier europeo que se precie. Los seres humanos somos entidades en busca de sentido. Un chico al que se niega cualquier memoria es tierra fértil para predicaciones estúpidas, carne de manipulación.
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