Enrique López
Atrapados en el tiempo
El paso del tiempo hace que los que nos atrevemos a expresar en público nuestra opinión, a veces tengamos que reconocer errores de prognosis, pero peor es que además de equivocarse, algunos tiendan a imponer su error obligando a toda una sociedad a sufrir las consecuencias de estos errores no forzados que se terminan pagando. Hoy todavía aparecen voces, que con una gran desparpajo sólo comparable a sus limitaciones, siguen diciendo que el problema catalán se forja como consecuencia de la sentencia que el Tribunal Constitucional dictó sobre el actual Estatuto de Automía de Cataluña; me imagino que estas personas ni tan siquiera se habrán tomado la molestia de realizar una mera lectura de la misma. Estos sesudos analistas ignoran que la famosa sentencia avaló la mayor parte del texto por seis votos a cuatro, porque si no se han tomado la molestia de leer la sentencia, me imagino que mucho menos los votos particulares. En cualquier caso, el problema no lo generó la sentencia, sino el propio estatuto, el cual nació esencialmente inconstitucional, pervive con la misma naturaleza, y a lo que se ve es mejor mantenerlo que cambiarlo, porque todo es susceptible de empeorar. El responsable de tamaña aventura todos sabemos quién fue, pero esto no nos reconforta, la norma nace, y así se explica por el entorno de semejante responsable político, para curar viejas heridas generadas por el pacto constituyente, el cual según estos malabaristas de la política, equilibraría el ansia de reconocer la especial circunstancia catalana en una norma que reconozca un mayor autogobierno, así como la existencia de la nación catalana, y la atribución de naturaleza de sujeto político al pueblo catalán. No me cabe duda que en términos políticos es defendible semejante aspiración, pero para ello se debe ser consciente de cuál es el camino que se emprende, y sobre todo cuales pueden ser sus consecuencias. Este tipo de políticos creen que esta es la mejor forma de saciar las ínfulas independentistas, desconociendo que el que quiere ser independiente desprecia cualquier fórmula política de unión, y que con estas zarandajas lo único que se consigue es quebrar la unidad constitucional e histórica de los que defienden la realidad de España, frente a los que reclaman otra realidad como es la independencia de Cataluña, y al final ni satisfacen a unos ni a otros, aunque ésta no sea la cuestión. Quiero imaginar que el buenismo de semejante empresa es sólo eso, buenismo, aunque me cuesta mucho creérmelo, puesto que a lo mejor sólo había una intención de mantener el poder por el poder a cualquier precio. En definitiva, haber aprobado una norma esencialmente contraria a la Constitución necesitó de una suerte de reinterpretación químicamente imposible para su sostén constitucional, que por lo visto no ha satisfecho a nadie, pero resulta grotesco que se le atribuya la responsabilidad de los problemas actuales; dicen que el ansia de poder a punto estuvo de volver a generar un similar problema para España recientemente. Con lo fácil y barato que es leer y estudiar a Ortega, el cual hace más de ochenta años nos dio la solución, convivir con el problema.
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