Alfonso Ussía
Atunes rojos
Leo en el artículo de Raúl del Pozo que el presidente de la ANC, Jordi Sánchez, ama más a los atunes que a los españoles. Bueno, el amor es libre y los sentimientos vuelan a su aire. Gussie Fink-Nottle, gran personaje de Wodehouse en sus novelas de Wooster y Jeeves, ama más a las salamandras que a los ingleses, y resulta un tipo simpático. A don Francisco Silvela, del cerdo le gustaba hasta los andares, y de joven conocí a una australiana enamorada platónicamente de un koala, que a su vez, no le hacía demasiado caso. En la Mili, allá en Camposoto, sollozaba el recluta Mármol Fabrés porque añoraba los amores de Blanquita, que era una cabra. Mármol pastoreaba un rebaño de cabras por la sierra cordobesa, y amaba a Blanquita apasionadamente. Le guardó fidelidad durante los quince meses del Servicio Militar y nos dio a sus compañeros una lección de lealtad en el amor de insuperable alcance. En el «Cui-Pin-Sing» de Agustín de Foxá se habla de un domador de peces colorados, con toda seguridad ciprinos cantoneses, de amplias y exhuberantes colas, ráfagas de los estanques. Y la actriz americana Dorothy Parkson crió en su hogar a un tigre albino, que creció junto a ella, se alimentó gracias a ella, correteó y jugó con ella en el jardín de la casa, y finalmente, ya adulto, por no saber dominar su carácter, se la comió. El Jefe de la Policía de Hattaway, donde se produjo el suceso, describió de esta guisa el estado del cadáver: «Una amalgama de cabellos rubios ensangrentados».
Se trataba de un tigre poco dado a ingerir cabellos rubios.
Jordi Sánchez, de puras raíces catalanas, ama más a los atunes que a los españoles. Sus razones tendrá. No he tratado en la intimidad a ningún atún, y no estoy capacitado para opinar al respecto. Todo, menos arremeter contra Sánchez como un español celoso. Para nada y por nada me hieren los amores de Sánchez, ya sean con atunes o con lubinas, porque de niño me enseñaron a no meterme en los asuntos sentimentales del prójimo.
No obstante, creo que no me excedo en el calificativo si escribo que la confesión de Sánchez es, como poco, antipática. Sánchez no cae en la cuenta de que está reconociendo que no se ama a sí mismo, inconveniente que entra de lleno en los espacios de la psiquiatría. Transcurre Sánchez por un episodio continuado de desamor y ha encontrado en los atunes el imprescindible consuelo. El atún rojo, en efecto, es vigoroso en extremo, pero muy rápido en la posesión del ser amado. Amar o ser amado por un atún, es verlo y no verlo. Se halla Sánchez nadando en la mar, el atún lo detecta en la distancia, se acerca a gran velocidad, ¡pumba! Se lo calza, y hasta el año que viene, si es que hay suerte y vuelven a coincidir. No es un amor sosegado, no hay charlita después de la orgasmía y sin pretender meterme en camisa de once varas, creo que eso no es amor. Es vicio. Un vicio efímero, instantáneo y mortificante, porque el atún no se caracteriza por su delicadeza en la posesión sexual. No aporta cariño, no ofrece galanteo, no seduce con coquetería, y por todo ello, no es amante en el que se pueda confiar. Su fidelidad a Sánchez es muy proclive a la duda, y en semejante tesitura, mi afecto por Sánchez aumenta considerablemente, porque siempre me he decantado, cuando de parejas se trata, por el que sufre, ya sea en silencio o a voz en grito, como Sánchez.
Amar a los atunes más que a los españoles es un derecho reconocido por la Constitución. No se especifica en ningún artículo, de tal modo que se reconoce su constitucionalidad. Y si el separatista Sánchez cumple con la Constitución, la crítica adversa no tiene sitio ni lugar. Amar y ser amado por los atunes es absolutamente legal.
A pesar de su animadversión, estoy con Sánchez. Y lamento sus dolores, picores y rozaduras.
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