Nacionalismo
Bailando la conga
A estas alturas de la vida y con las pelotas negras del humo de mil batallas, hay pocas cosas que me dejen atónito, pero mentiría si no les confesase que ando levemente desconcertado. No entiendo muy bien lo que pasa en España. Ni en lo trascendental ni en lo nimio. A botepronto, me viene a la cabeza el «simpa» que pegaron hace unos días 120 clientes en un modesto restaurante del Bierzo. Coñas aparte y aunque nos produzca risa que los caraduras escaparan del local bailando la conga, hay que ponerse en el lugar del atribulado propietario, al que han hecho un roto de cuidado. Bembibre no es Nueva York y, por mucho que se apelotonaran en los coches, no imagino cómo se evaporaron un centenar largo de gitanos rumanos sin que la Guardia Civil diera el alto a alguno de los vehículos –y eran más de veinte– o localizara a los fugados, que iban cargados de copas. Tampoco que a estas alturas no hayan sido «identificados» y menos que lleven meses pegando palos similares. Mucho me temo que si detienen a los zampones y los llevan a juicio, terminen condenando al restaurador de turno a indemnizarles, porque la Justicia española es un misterio insondable.
Ésa es otra y entro en lo trascendental. Además de periodista, soy licenciado en Derecho y, aunque pasé por la Universidad más dedicado a la juerga que al estudio, algún concepto básico me ha quedado. Siempre di por supuesto que la penas tienen que ser justas y proporcionadas. También que en la aplicación de la Ley y, aunque el juez goce de un margen de interpretación amplio, no cabe arbitrariedad alguna. Pues no es así o al menos a mí no me lo parece. ¿Cómo es posible que a los tipos que en 2013 irrumpieron gritando «Cataluña es España» en la librería Blanquerna, donde rompieron lunas, tiraron estanterías y empujaron a la gente, les caigan 4 años por un delito contra los derechos fundamentales con la agravante de «motivos ideológicos» y para los que en 2016 sacudieron una paliza a las dos chicas que atendían la carpa «Barcelona con la Selección», al grito de «os vamos a matar a todas», el fiscal no pida ni cárcel y su señoría ordene su inmediata libertad?
Ahora piensen en el autobús de Hazte Oír y la capilla de Rita Maestre, en los de las tarjetas black y el del Madrid Arena, en Urdangarín y en la etarra Majarenas, en Felipe González y los facinerosos que lo silenciaron en la Autónoma... No sigo para no amargarles el día.
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