Alfonso Ussía

Banesto

Treinta años atrás, Banesto era como la Telefónica o El Corte Inglés. La seguridad laboral absoluta y permanente. Sin olvidar a los dos grandes bancos vizcaínos, el Bilbao y el Vizcaya, siempre amigablemente enfrentados por tradiciones familiares de Guecho, en España prevalecía la fortaleza de cuatro entidades bancarias. El Banesto, el Hispano, el Central y el Santander, por este orden. El Banesto, después de la presidencia del marqués de Deleitosa, un tipo genial, mercader de corazón y alma –a unos invitados a su casa les vendió su cama–, llegó la época de José María Aguirre Gonzalo, un banquero a la antigua que iba siempre vestido de banquero a la antigua, para no engañar. El Hispano lo presidía Basagoiti, con Anchústegui de mano derecha. El Central pasó de Ignacio Villalonga a Alfonso Escámez, y el Santander lo dominaba el viejo don Emilio, también elegantísimo, mas duro y más trabajador que su hermano Marcelino. Cuando el Central y el Hispano iniciaron la fase de su fusión, el presidente del Hispano era Amusátegui, y Alfonso Escámez lo humillaba distorsionando su apellido con la ayuda del anterior Anchústegui. «Pues nada, que mañana tengo que ver a Anchuátegui, que no se entera de qué va la cosa». El Banesto, fallecido Pablo Garnica Mansi, gran administrador y no excesivamente amable con el resto de la humanidad, pasó a López de Letona y de ahí al dúo formado por Mario Conde y Juan Abelló. Abelló voló como una sabia perdiz, y la gestión de Conde está escrita y juzgada. El Central sufrió también el despiadado acoso de Los Albertos, que entraron altaneros y no consiguieron el derribo. Y el Santander iba a lo suyo. Emilio Botín padre era considerado personalmente como el más grande, pero reducían la importancia de su entidad por su carácter familiar y local. De los hijos, Emilio heredó la afición por el trabajo, y Jaime, presidente de Banif, por las dos cosas, el trabajo y la vida, más bien lo segundo, como su tío Marcelino. Emilio padre unió a su primer apellido el de su madre, Saez de Sautuola, la niña que descubrió las Cuevas de Altamira, nada menos.

Resulta curioso cómo el banco familiar y local ha terminado zampándose al trío de los grandes. Primero, y de golpe, al Central Hispano Americano, que se habían fusionado. El Santander pasó a llamarse Banco BSCH, dificilísimo de pronunciar hasta por Guindos, que pronuncia divinamente. Su consejero delegado Corcóstegui, que venía del Hispano duró poco, y el Santander retomó su identidad original. Ya era el Santander el que se había comido al Central de Escámez y al Hispano de Basagoiti. El hijo mejoraba y superaba al padre. Con posterioridad al proceso de Mario Conde, el grupo Santander pasó a administrar Banesto, con Alfredo Sáenz al frente, un profesional vasco injustamente perseguido y capacitado para llevar todo el banco en la cabeza. El Banesto mantuvo su personalidad hasta anteayer. Ha pasado a ser el tercer grande que se come el «banco familiar y local» del viejo don Emilio, con el nuevo don Emilio de protagonista fundamental.

Veo la foto, de un año cualquiera, de la reunión anual de los presidentes de los «Ocho grandes», que se celebraba por estas fechas. Todos sonrientes en pie. En una esquina, sentado y con un bastón, Emilio Botín padre los contempla con pasmo. ¿Soñaría con lo imposible? El Vizcaya, el Bilbao, y el Exterior –Argentaria–, es ahora el BBVA, presidido por Francisco González, nada de Guecho. Y el Banesto de Aguirre Gonzalo, el Central de Escámez y el Hispano de Basagoiti y Boada, son ahora el Banco de Santander, el banco familiar y local que el resto trataba con la benevolencia del poderoso ante el débil. Pues como dijo un sabio que no recuerdo: ¡Joé, la madre que lo parió! Cómo cambian las cosas.