El desafío independentista
Barcelona, 8 de octubre
La primera condición para ganar una guerra es conocer a tu enemigo. Si la terminología bélica les asusta piensen que esto va en tono metafórico. Porque así es. Y ninguna metáfora más recta, ahora mismo, que la que emparenta la rebelión de las instituciones locales y una parte de la ciudadanía española en Cataluña con la batalla que debemos dar por las libertades. A lo que iba. El enemigo, o rival, o adversario, o como quieran llamarlo, se compone de una derecha xenófoba y una izquierda no ya racista, que también, sino educada en los manuales de guerrilla urbana y en las tácticas disruptivas del hackeo a las instituciones democráticas. El dominio de estos últimos de eso que los cursis llaman relato ha sido tan abrumador que ha logrado que muchos ciudadanos bienintencionados, de aquí y de fuera, hayan dudado respeto a la justicia del asunto. La falta de reflejos del gobierno, la asombrosa perplejidad que causa que creyera en la integridad de los Mossos, y su incapacidad para sellar los centros de votación con anterioridad a que fueran ocupados por los sediciosos, provocan una melancolía digna de mejores tragedias. Los muchachitos de la CUP, anticapitalistas y antifascistas, coleccionistas de poses y convencidos de su condición redentora, serán unos mesiánicos, pero dominan tanto los tiempos del golpe como el marco publicitario por el que avanza. Por lo demás comparten con las élites de la vieja CiU el caldo amniótico donde crecieron. Mezcla del profundo victimismo que caracteriza las reivindicaciones identitarias y el narcisismo de unos ciudadanos tan acostumbrados a disfrutar de una magnífica calidad de vida que, ay, se aburren. Sus vidas carecen de sentido. Quién fuera Robin Hood o Emiliano Zapata. Quién pudiera cabalgar por Monument Valley para socorrer peregrinos en apuros y luego, al caer la noche y derrapar por el cielo una luna de cera, bostezar satisfechos en la barra de un gastropub y brindar por lo fantásticos que somos y los sacrificios que hoy hicimos en nombre de la humanidad. A la que tanto queremos y que tanto nos debe. El resto, los asustados, los señalados, los que contemplan estremecidos cómo un invento artificial amenaza con descarrilar la convivencia de toda una nación, aquellos que darían cualquier cosa por restaurar la armonía y restablecer la cordura, ya pueden ponerse las pilas. Qué tal, para empezar, si acuden masivamente a la concentración convocada por Societat Civil Catalana este domingo en Barcelona. A quienes apoyan el golpe de Estado, reaccionen. Abandonen ese funambulismo kamikaze. El desprecio por las leyes. La apuesta por un guerracivilismo de espantosa memoria. Caminamos hacia el abismo y ninguna convicción, por noble o buena o sagrada que les parezca, merece semejante sacrificio. Al resto, ya digo, viajen a Barcelona. En defensa, como explican desde Libres e Iguales, de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Sin complejos y sin permitir que les contamine el odio. Enfrente tienen a los defensores de una ideología corrosiva, que cebó con millones de muertos los campos de Europa. Supongo que existen mejores motivos para salir a la calle, pero no los conozco.
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