
Cristina López Schlichting
Basura y paciencia

Es volver a Madrid y encontrar todo en su sitio: la basura por las calles, el sol en los termómetros y los leones bostezando. Bostezan las fieras del Congreso porque todas estas investiduras son tontería, al menos hasta el 25 de septiembre, día de las elecciones vascas y gallegas. Mientras el PNV no cierre definitivamente la puerta a una abstención –y eso no lo hará antes de que los vascos voten– aquí no se puede mover nada. En política española no valen las palabras, sólo los hechos. En la votación secreta para la mesa del Congreso obtuvieron populares y Ciudadanos diez votos cruciales de los nacionalistas vascos y catalanes que les darían la mayoría absoluta en el Parlamento de poderlos repescar. Entretanto dicen que Mariano Rajoy estuvo aburrido en el debate de investidura, bueno, yo me dormí ante el televisor. Me temo, sin embargo, que no hay Cánovas ni Sagasta, no hay Castelar ni Cicerón que puedan en estos momentos tirar de oratoria para arrancar el apoyo del Partido Socialista a Mariano Rajoy. No es no, y no. ¿Por qué? Bueno, partamos de que la urgente necesidad de un Gobierno en España le importa un bledo al jefe de la oposición. No parece hipótesis descabellada. Y ahora, ya metidos sólo en la estrategia política, constatemos que Pedro Sánchez está consolidando lo que hace un año consideraba imposible: ser el rival único de Rajoy. El problema del socialismo español era que se estaba desdibujando tras las mareas y los podemos. Ahora todo el mundo repite: la llave la tiene Sánchez. Los comicios de julio han devuelto la centralidad al debate. Ha sido conjurado el llamado «sorpasso» del PSOE por Pablo Iglesias. ¿Qué sentido tiene ahora que Sánchez deje gobernar al Partido Popular? Creo que no lo va a hacer, creo que está consiguiendo ser el líder de la izquierda española y que es capaz de ir a terceras elecciones para conseguirlo. Al PP le faltan seis votos para la mayoría que necesita y quizá están en el vivero independentista. Congelados, por ahora. Pero capaces de repetir lo que ocurrió cuando hubo que votar la mesa del Congreso y Rajoy supo ofrecerles lo que querían. Bastaría con la abstención. Y ya veríamos entonces si Rivera y Girauta se negarían a aceptarlos in extremis. El escenario no es nuevo. En 1996 los nacionalistas vascos fueron a elecciones locales poniendo verde a Aznar. Después pactaron con el líder del PP y alabaron incluso su cambio de tono. Así que toca esperar, sin garantías de nada y con el espectro de otras elecciones generales ¡Claro que se aburre la gente con los debates! Sencillamente, porque aquí no se debate nada. El ministro Margallo me dijo la noche de las elecciones que el nuevo Gobierno era posible con los votos nacionalistas. Yo sigo creyendo que hay una posibilidad. Y, entretanto, a aburrirse y bostezar. Mucha paciencia, eso sí, porque quedan dos meses de kiries y nadie nos va a quitar el tener que acostumbrarnos a las basuras, el calor y las frecuentes investiduras.
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