César Vidal
Bécquer y Gironella
Durante el bachillerato en San Antón, tuve por dos cursos un profesor de literatura, José Martínez de Velasco, que, entre infinidad de poesías, sabía de memoria las rimas de Bécquer. Pertenecía a unas generaciones que consideraban, con razón, que la cultura también exigía conocer a autores y memorizar fragmentos de sus obras. Lo he recordado en estos días porque 2016 fue el octogésimo aniversario del nacimiento de Bécquer y hasta donde yo sé desde mi exilio, nada ni nadie recordó a un autor que glosó como pocos las dichas y desdichas del amor romántico y que, también como pocos, logró expresar en sus leyendas los sentimientos más profundos de un corazón desprovisto de la luz divina y ansioso de la dicha humana. El olvido de Bécquer me ha traído a la memoria otra fecha literaria de no pequeña envergadura. Este año será el del centenario del nacimiento de José María Gironella. Como tantos de los autores que han escrito notablemente sobre la guerra civil española, Gironella ha sido lanzado a empujones al olvido. No sólo porque muchas de sus páginas son memorables sino porque, además, cometió el delito imperdonable de contar con muchos, muchísimos lectores y, para colmo, pretendió reflejar con imparcialidad, aunque no sin pasión, el gran drama de la segunda república y de la contienda fratricida. También relató magistralmente la lucha a dentelladas por abrirse camino durante la posguerra e incluso se ganó a pulso un puesto de honor entre los españoles que han escrito libros de viajes. Para colmo, Gironella, que era catalán, nunca tuvo problemas para relacionar esa circunstancia con sentirse profundamente español. Es más, alguno de sus libros buscaba que españoles de toda clase se expresaran sobre Dios o sobre Franco. Quizá me equivoque y se apelotonen los homenajes, las ediciones y las rememoraciones del que, en otro tiempo menos libre, fue autor masiva y merecidamente leído. Me complacería que así resultara porque no puedo dejar de pensar que existe una llama de ingratitud, olvido y sectarismo que marca a fuego, con las chispas de la ignorancia y el pedernal de la envidia, nuestra Historia. De haber sido suyo, Francia hubiera recordado esos ochenta años de Bécquer con fuegos artificiales y un Gironella norteamericano sería lectura obligatoria en los colegios y materia para películas y series. En España, basta con que no vayan a escupir en sus tumbas.
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