Alfonso Ussía

Besos sucios

La Razón
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Los besos en la boca entre hombres son homosexuales o soviéticos. Si Iglesias y Errejón no son homosexuales, la conclusión no puede tener otro desenlace. Son soviéticos. Sucede que entre los besos de Iglesias en la boca de los hombres y los de Brezhnev, Krushev o Andropov, existen matices. Hay más apertura labial en el Soviet de Podemos que en el Soviet original. Andropov, uno de los mayores asesinos de la URSS, quizá el alumno más aventajado de Pepe Stalin, que es a su vez mito en la sensibilidad de nuestro machito alfa –como siga con esa costumbre va a terminar de macho omega, o macho omicrón–, buscaba las comisuras, no la chicha bucal y el roce lingual. Gorbachov, que fue un soviético elegante y pragmático con sonrisa de americano, eliminó el beso en la boca del protocolo. Yeltsyn besaba a las mujeres, y a Putin, a pesar de su apellido, no me lo figuro besando sin ton ni son. Por otra parte, los dirigentes soviéticos eran muy mirados con su higiene y aspecto, y dentro de la extrañeza de la costumbre, sus besos no llamaban excesivamente la atención ni producían recelos. Un beso en la boca de Iglesias y Monedero –ojito con lo que dices–, puede generar una cierta repugnancia entre los heterosexuales, que también tienen derecho a serlo. Ser heterosexual no es anticonstitucional, al menos hasta la fecha en la que escribo este comentario.

En la URSS era muy habitual que después del beso, el besado fuera enviado por el besador a un campo de concentración en Siberia. Ya en Siberia dejaban de besarlo y moría sin recibir el dulce beso de la despedida. Para mí, que el beso de Iglesias a Errejón es anuncio estalinista de purga inmediata. Sea recordado el beso con bocas clausuradas de Michael Corleone a su hermano Freddo ante el cuerpo yacente de su madre. Después del beso, Michael mira intensamente a uno de sus «capos» y le ordena la ejecución de Freddo. Al menos eran hermanos, y sólo se besaron para sellar la muerte del más débil de los dos.

El beso de Iglesias y Domenech en el Congreso de los Diputados fue un beso sucio, pero necesario para llamar la atención de la prensa. Carrillo y Ceaucescu, dantesca pareja de criminales, se besaban cuando Carrillo acudía a Bucarest a agradecerle a Nicolae su hospitalidad estival, pero se besaban en la intimidad, alejados de cámaras y reporteros. Me intriga este último morreo. Un morreo intenso y rabioso, como el de Red Buttler a la chica de los O’Hara en «Lo que el Viento se Llevó». Beso de pasión y rabia que desembocó en el odio. Si yo fuera Errejón, más que besado me consideraría purgado, porque Iglesias Turrión lleva mucho Stalin en sus venas, ánimos y reacciones.

Beso sucio, morreo traidor, ósculo de Judas. Los viejos amigos se aborrecen, y creen que el beso nos engaña y desorienta. El más desorientado es el besado, que aún cree en la firmeza de las raíces del antiguo compañerismo. Errejón no es un santito. Conceptualmente es tan bolchevique como Iglesias, pero más centrado en la reflexión. Está más preparado, como se dice ahora. Lo que hay que averiguar es para qué está más preparado, pero ese enigma aún no está resuelto. Lo que no admite dudas es que Iglesias considera a Errejón un adversario con vocación de enemigo. Y a los enemigos, Stalin no los perdonaba. Echenique –al que nadie besa–, ya ha preparado la demolición, y Monedero amenaza al juez de Podemos –ojito con lo que dices–, mientras Iglesias besa a Errejón con intención estaliniana. A Errejón le salva que en España no hay campos de concentración, pero ésa es, exclusivamente, su única salvación. El beso está dado, un beso sucio, y ya no hay vuelta atrás. Errejón ha sido condenado.