Cristina López Schlichting

«Brexit», o el pánico

La Razón
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La reacción de las bolsas a la posible salida de Gran Bretaña de la Unión Europea está sacudiendo los mercados con una violencia como la del crack del 29 o la crisis de las hipotecas en Estados Unidos. Pero el peligro no es sólo económico. Recordemos que los británicos llevan mucho tiempo jugando con moneda y reglas propias a la ruleta del euro. En los mercados todo tiene solución, y no por salirse del club interrumpirían los ingleses la muy antigua costumbre de venir a España como turistas. La cuestión más grave es de orden político. El embrión de la UE fue un intento de estrechar lazos entre Francia y Alemania para evitar que se repitiesen las terribles guerras que habían asolado el continente. Ensamblar las minas, el comercio y la industria de los dos gigantes era una manera de unirlos. La Comunidad del Carbón y del Acero era un seguro antibelicista. Cuando hay problemas, los países tienen la ancestral manía de acusar al vecino. Gran Bretaña está al filo de «comprar» el discurso que asegura que no hay derecho a que las carreteras tengan baches cuando en Grecia se están construyendo puentes con dinero europeo. El feo pecado de la envidia se suma al desagradable victimismo. Si Londres coge las de Villadiego van a alegrarse todos los que repiten lo mismo: «Merkel nos sojuzga, Bruselas nos esclaviza, no somos libres para devaluar». ¿Reconocen la cantinela? Es la de la ultraderecha polaca, alemana, austriaca o francesa y la de la ultraizquierda populista griega o española. El «Brexit» sería un triunfo de los que afirman que la Unión Europea ha fracasado. ¿Qué pasaría después? La única manera de impedir que los socios se vayan desgajando del racimo, uno tras otro, es hacer más ventajoso el club. Alemania y Francia se verían obligadas a reforzar sus lazos y acelerar el camino hacia una comunidad política y económica más contundente. A los demás nos quedaría la difícil opción de retirarnos y volver a la soledad o intentar adaptarnos, con mucho esfuerzo y sufrimiento, a un paso más duro. Al final, lo que se plantea el jueves en Gran Bretaña es el sentido de la permanencia de cada uno de nosotros en la UE. ¿Es sólo una ventaja económica lo que nos mantiene juntos? ¿O verdaderamente sabemos que, en un mundo globalizado, donde China o India avanzan a toda velocidad, nos conviene una identidad común, capaz de cerrar estrechos lazos con Estados Unidos? Hay un vigoroso movimiento antieuropeísta, no sólo al otro lado del Canal de La Mancha. Lo hay entre tradicionales aliados británicos como Holanda y Dinamarca; entre países de la unión que aún no se han incorporado al euro, como Polonia, Hungría o Suecia; y también entre los que estamos de lleno en el sistema. En realidad, lo que se dirime el jueves es un capítulo decisivo sobre la viabilidad del sueño europeo. La vieja cuestión de si el otro es un adversario o un socio con el que merece la pena construir.