Debate de investidura

Burlesque

La Razón
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Sería mezquino no admitir que Rivera ha tirado una piedra al agua por ver dónde llegan los círculos concéntricos, aunque el estanque esté en Ferraz y no en Génova. La felicidad consiste en haber sido justo y benéfico y, después, sentarse a la diestra de Dios padre y hacerle dulces objeciones, resultando inevitable ponerle amables reparos al «Ciudadano Rivera». La exigencia de fechar la investidura es el Aleph, el punto donde se encuentran todos los puntos, y análogo a preguntarle al reo a qué hora desea ser fusilado. Si Sánchez se enroca en su cerrojazo no hace falta que Rajoy acuda a cualquier sitio a pedir lo que no le van a dar. Como en la efímera legislatura anterior sería de agradecer que no nos robara el tiempo y pasara el testigo a otro, a menos que queramos embalsamar el estancamiento. Ese requisito «ciudadano» parece un brindis al sol o algo más perverso si entendemos la necesidad de Pedro Sánchez de no quedar como primero y único en perder una investidura. Los seis mandamientos (incondicionales) de Ciudadanos son un cajón de sastre que aceptaría discutir cualquier partido, y con retales más viejos que la tos. Aquí todos aspiran a modificar la ley electoral, pero a la carta. La forma más inteligente de modificarla consiste en encerrar una semana a los líderes políticos en la habitación del pánico y luego ir sacando los cadáveres. Resulta llamativo el reduccionismo de la corrupción al caso Bárcenas, equiparable a la consideración del asiatismo con las circunstancias específicas de Mongolia Exterior. Hasta el más desavisado simpatizante de Ciudadanos ha de saber que la corrupción en esta democracia, pública y privada, emerge por la necesidad de financiar el referéndum sobre la OTAN y encuentra picos indecentes en un corte secesionista de la burguesía catalana y en la administración de fondos de ayuda en Andalucía, que pueden suponer el mayor desfalco desde los Reyes Católicos. Bárcenas («el cabrón») nunca se había visto tan sobrevalorado. La limitación de mandatos (de personas, que no de partidos), las listas abiertas (ya las hay para el Senado) o el desaforamiento de nuestra ridícula pandemia de aforamientos están en el imaginario común y hasta forman parte de nuestro decorado como el mantra momificado de la regeneración que arrastramos desde hace dos siglos y medio. La representación vuelve al teatro del PSOE de donde nunca salió, y el género es el «burlesque», o, peor, el desmayo intelectual de un «reality show».