Julián Redondo
Calma chicha
Habemus fútbol. El real decreto ha servido para que quienes amenazaban con tirarse los trastos a la cabeza terminaran arrojándoselos, sin contemplaciones, a campo abierto, hasta que un juez ha puesto pies en pared y ha enfriado la trifulca. Con la afición en vilo y el desenlace de la Liga en la tómbola, ha tenido que intervenir incluso Wert, con Cardenal como mediador y ariete, según pintaba, para acercar posturas entre las muy diversas y regañadas partes. Los de la cultura llevan protestando una legislatura por el IVA y el ministro del ramo no ha conseguido apear del burro a
Montoro, sin duda, el arriero. La fuerza del fútbol, que por algo es el deporte rey, ha quedado
patente una vez más, como la división entre casi todos sus actores.
En menos de una hora, la huelga y el paro indefinido fueron desconvocados. El juez opinó, la LFP puso cinco millones de fianza, la AFE plegó velas porque se estaba pasando de frenada, el CSD
respiró y la Federación se subió a la caravana de la paz. Pero el problema sigue. Cardenal quiere saber el destino de siete u ocho millones que la RFEF no justifica en las auditorías y si no da carpetazo al asunto se va a estar pegando con Villar hasta el fin de los días.
Y a todo esto, la FIFA y la UEFA, los primos de zumosol, ojo avizor y dispuestos a expulsar a las selecciones españolas de fútbol de sus competiciones, como en 2008. Jaime Lissavetzky tragó. Cardenal aún medita.
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