Julián Redondo

Cambios inocuos e incomprensibles

Cambios inocuos e incomprensibles
Cambios inocuos e incomprensibleslarazon

En once minutos, 0-2 y un tiro al travesaño. Fluía el fútbol del Madrid como el agua en la fuente de Cibeles, fresco y cristalino. Juego coral sin Cristiano Ronaldo, que cuando es alineado el equipo sólo tiene ojos para él. Rodaba el balón de una camiseta rosa a otra mientras la Real Sociedad, deprimida por los últimos resultados, dudaba entre plantar cara a James y sus muchachos o salir en desbandada hacia la primera farmacia de guardia para adquirir un cajón de antidepresivos... Aguardó, y en un córner, cómo no, acortó distancias Íñigo Martínez. Antes del descanso, el empate del omnipresente Zurutuza. Ancelotti se restregaba los ojos; necesitaba un revulsivo y no estaba Di María; precisaba equilibrio y Alonso había desaparecido. Para el derbi con el Atlético confía en recuperar a Cristiano y es más que probable que en el banquillo haya una cara nueva, la de Javier Hernández, el cuate del United.

Son las cosas del Madrid, asombroso por donde se mire. Morata en la Juve y Chicharito en el Bernabéu. Es una cesión, un acicate para cuando la carretera se empine, lo que espera encontrar el Atlético en el italiano Cerci, el undécimo fichaje para contrarrestar la pérdida de Diego Costa. En dos partidos, todas las miserias rojiblancas quedaron al descubierto por obra y gracia de los dos equipos más modestos de Primera, el Rayo, que le empató en Vallecas, y el Eibar, que le desazonó en el Calderón. El campeón de Liga metido atrás en su campo, sin adelantar la defensa, sometido por un recién ascendido valiente, ambicioso, futbolero y crecido por la cobardía del contrario.

El Atlético marcó pronto dos goles, como el Madrid, y venció de milagro (2-1). Al Madrid el partido se le hizo bola en Anoeta. La Real, un flan hasta el cuarto de hora, se le atragantó; remontó el 0-2 y mejoró con los cambios. Los que introdujo Ancelotti resultaron inocuos e incomprensibles. Desplomadas todas las líneas, temblaba en cada saque de esquina, esa cruz que mortifica a Casillas, empequeñece a toda su defensa y causa pavor al madridismo. Hay magníficos jugadores y no parece un equipo.