Agustín de Grado

Caminos opuestos

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N o por reiterada deja de sorprender. La incapacidad de la izquierda, y de la izquierda de la izquierda en la que ayer se instaló Rubalcaba, para comprender los fundamentos básicos de la economía real. Y con ella, gran parte de una sociedad que sigue bajo los efectos de una alucinación colectiva: creer que los Gobiernos son el motor de la economía. Y que, gastando más, los problemas se esfuman.

La economía es una ciencia. No una creencia. Su terca realidad puede disfrazarse con expresiones para seducir a una opinión pública receptiva a las fórmulas simples. Pero el problema nunca es la solución. Ni con la alquimia económica que la izquierda vende como ciencia para mantener en el engaño a las propias víctimas de una falsa ilusión: la de creer que la prosperidad es un derecho natural, no el fruto de políticas acertadas, a veces impopulares. No se puede estimular la economía con dinero prestado cuando el exceso de la deuda fue lo que nos trajo hasta aquí.

«Estamos pagando un precio muy alto por aprender que no se puede gastar lo que no se tiene, que no se puede vivir siempre de prestado y que hay que contar más despacio el dinero que le pedimos a la gente». La frase de Rajoy es la de alguien que gobierna sobre realidades y, sin miedo a la impopularidad, apela a ciudadanos adultos. La propuesta de Rubalcaba de destinar 1.000 millones de no se sabe dónde para erradicar la pobreza cosecharía encendidos aplausos en la gala de los Goya. Es el conocido camino de la demagogia. Sabemos adónde conduce.