Julián Redondo

Cáncer

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Unos minutos en dos partidos ha jugado Eric Abidal, ejemplo de vida. Ha reaparecido en el fútbol más exigente con un trozo de hígado que le donó un primo suyo. No parecía posible que volviera a pisar el césped, se dudaba de que superara el trance, pero aunque en torno a su operación y a su rehabilitación han corrido ríos de tinta, que el doctor Valdecasas frena con un dique de sentido común, su reaparición forma parte de la sobredimensión humana. Querer es poder.

«Abi», nacido en Francia, descendiente de antillanos, a quien conocían en sus años mozos como «El Keniata», en una ocasión quiso invitar a cenar a unos amigos tan negros como él al restaurante «Gran Café des Negociants», uno de los locales señeros de Lyon. No los dejaron entrar. El color de la piel era la barrera, que derribó años más tarde, al comprar el negocio. No hay muralla que se le resista. Ha vencido a la discriminación racial y a «esa» enfermedad que también ha hecho presa en su entrenador.

Cáncer es una «enfermedad neoplásica con transformación de las células que proliferan de manera anormal e incontrolada», y también un «tumor maligno» (RAE). El de Abidal se concentró en el hígado; el de Tito Vilanova atacó la glándula parótida en dos ocasiones. Parecía totalmente curado, el Barcelona le nombró entrenador y poco más de un año después se reprodujo. Tras un par de meses en Nueva York, donde recibió sesiones de radioterapia y quimioterapia, Tito ha vuelto. Dirige los entrenamientos, confecciona la alineación y en la sala de prensa le representa Jordi Roura. No es el caso de Mourinho y Karanka. Ahora es Vilanova quien lucha por ser un superviviente, como Abidal.