Alfonso Ussía

Caramba, caramba

La Razón
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Al día de hoy, los españoles nos encuadramos en cuatro grupos. Los tenedores de sociedades «offshore» en Panamá cuya identidad forma parte del conocimiento público. Los poseedores de sociedades «offshore» en Panamá que todavía no han sido señalados pero saben, que antes o después, sus nombres aparecerán. Este segundo grupo, bastante numeroso, concilia el sueño con harta dificultad. Los que saben que no tienen intereses en sociedades «offshore» de Panamá y siguen con sus hábitos y costumbres, ajenos a los temblores. Y los que, como los anteriores, no tenemos ni un euro perdido en Panamá y lamentamos profundamente nuestra situación y el correspondiente desprestigio social que ello conlleva. Más aún desde que se ha sabido que desde 1989 Miguel Blesa es propietario de una sociedad en las islas Vírgenes de origen panameño creada «para realizar importantes inversiones en España». Es decir, una «offshore» patriótica que todavía, después de veintisiete años no ha cumplido con su objetivo fundacional.

Recuerdo que susurré un «vaya, vaya» en lugar del «caramba, caramba» que el momento merecía. Se casaba una gran amiga con un importante y muy inteligente personaje del Partido Popular. Tuvo el detalle de incluirme entre sus testigos. También fue testigo José María Aznar, ex Presidente del Gobierno. La ceremonia religiosa transcurrió sin incidentes –asistí a una boda en la que los testigos del novio y los de la novia se liaron a mamporros–, y nos reunimos en el Soto de la familia Alburquerque, en Algete, para compartir con los recién casados una comida estupenda. Nos hallábamos en pleno aperitivo cuando Aznar me tomó del brazo y me llevó a un rincón con expresión de inmediato regaño. Aznar no tenía ningún motivo para pegarme un chorreo exceptuando el estético. Que mi chaqué era mucho más elegante que el suyo. No deseo hurgar en la herida, pero me atrevo a escribir que infinitamente más elegante que el suyo, y punto final.

Pero no se trataba de establecer comparaciones con el chaqué. En el rincón me lo dijo, mirándome a los ojos y con el dedo índice de la mano derecha subiendo y bajando en metáfora de advertencia: «–Te estás equivocando gravemente con tus críticas a Blesa. Miguel es un hombre honorable que cuenta con toda mi confianza». Y fue ahí, en aquel momento, en el que susurré un «vaya, vaya», que tendría que haber sido un «caramba, caramba», y de haber sido francés o belga, un «sapristí, sapristí», que creo recordar fue lo que gritó Tintín cuando en «El Secreto del Unicornio» descifra el significado de los mapas que habrían de llevarle a descubrir el tesoro del pirata Rackham el Rojo.

Desde aquel día, no hay mañana que no desayune sin una nueva travesura económica de Miguel Blesa. Pero ese peso, por aquello de la costumbre, ha dejado de molestarme. Pienso, eso sí, en los centenares de españoles que viven con los dídimos de corbata y las enaguas en las rodillas esperando el momento de leer sus nombres en los periódicos como propietarios de una «offshore» en Panamá, las Vírgenes, o las Caimán, que también admiten dinerete volátil. Y el día que se sepa la cantidad aproximada recibida por Pablo Iglesias de Venezuela, Irán y Qatar, va a ser la monda lironda.

Pero el que firma, como parte del cuarto grupo, el de los españoles que no tienen nada en paraísos fiscales y se lamentan de ello, ha pasado a ser en Madrid un indigente sin interés alguno. Tengo entendido que hay más españoles con sociedades «offshore» que sin ellas, y eso nos coloca a los simples contribuyentes del IRPF en el escalón más bajo de la sociedad. Daría lo poco que tengo por ser tan honorable como Blesa... y los que vendrán después.