Julián Redondo
Castaño oscuro
La Selección ha perdido atractivo y «punch». Carece del tirón que exhibía antes del batacazo en el pasado Mundial de Brasil; prueba irrefutable, el desfondamiento del aficionado y los patrocinadores que se han dado de baja. La Selección ha descendido un peldaño, se encuentra en fase de reconstrucción y el encargado de la obra es Del Bosque, que busca relevos para los Puyol, Xavi o Xabi Alonso y la tarea no es sencilla, sino tremendamente complicada.
Jirones de carácter, sobre todo, y de talento han quedado en el camino al dejar la edad su huella inexorable. La entrada de Isco, Koke o Vitolo, como la eterna espera por Thiago, suplen en parte la creatividad del equipo, aunque es imposible inventar otro Xavi, más ahora que ni el Barça, aquel eje de la gran Selección, ni Iniesta son los de antes. Toca reinventarse y que los detalles, que en la edad de oro inclinaban la balanza a favor y ahora se alían con el adversario, vuelvan a ser el jugador número 12. Y en eso está Del Bosque, a quien los resultados más recientes dejan en evidencia y criticado por quienes le pusieron la proa antes de ganar la Eurocopa. Quizá no hubiese sido mala idea renunciar en la cresta de la ola. Ha cargado con el mochuelo de la transición y, haga lo que haga, el telepredicador de turno le seguirá atizando hasta verlo defenestrado o, ya que estamos en Semana Santa, flagelándose como un Picao en San Vicente de la Sonsierra.
Del Bosque no padece manías persecutorias, no echa la culpa al muerto, no se cree ni el ombligo del mundo ni víctima del sistema; es el paradigma del respeto y de la buena educación, posiblemente clasificará a España para la Eurocopa, pero el fútbol y el marcador le han dado la espalda.
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