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Cenizas

La Razón
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Para el historiador y novelista Carl Sandburg, el pasado es un cubo lleno de cenizas. Y ya se sabe lo que pasa con el pasado, que siempre vuelve y, en algunos casos, ni siquiera se va sino que permanece como ángel custodio. Hace unos días la Iglesia católica, vía Vaticano y a través de las palabras del Papa Francisco, prohibía a sus fieles esparcir las cenizas de los difuntos en cualquier lugar del mundo, e incluso guardarlas en casa. Llenar la tierra de las pavesas de los muertos puede colmar los deseos póstumos de los que ya no están en forma corpórea, pero no es del agrado de todos, sea por motivos religiosos, económicos o medioambientales, porque en la otra vida también existen intereses creados. No todos quieren que el pasado les caiga encima en forma de cubo de cenizas , en palabras de Sandburg, sobre todo si ese pasado les es ajeno. Ni siquiera les sirve de coartada la disquisición nietzscheana de cómo renacer sin antes haber quedado reducido a ceniza. Esta discusión va más allá del debate sobre cuerpo y alma, la simbología o la muerte o la vida. Describe a la perfección a la especie humana. El afán por perpetuar nuestra presencia en la tierra, aferrarnos a ella, da que pensar. Parece que nos cuesta irnos, abandonar esta dimensión terrenal. Nuestros restos mortales empiezan a ser un problema y hay que pensar qué hacer con ellos. Lo han sido siempre, no es de ahora. En Roma, en plena Via Veneto, está la iglesia de Santa María de Concepción y su interior acoge la Cripta de los Capuchinos cuyas paredes están cubiertas por los huesos de más de 4.000 monjes capuchinos fallecidos entre 1528 y 1870, y de algún que otro niño de procedencia desconocida. La imagen de este osario compuesto de fémures, calaveras, tibias, esqueletos, clavículas, húmeros, costillas y demás osamenta a modo de ornamentación resulta sobrecogedora. Pero es parada turística a 6 euros la entrada.

Quizá convendría desdramatizar un poco, como hacía Groucho Marx: «Cuando muera, quiero que me incineren y que el 10% de mis cenizas sean vertidas sobre mi representante». El refranero popular ha cambiado «representante» por «Hacienda». En ambos casos, el porcentaje se quedaría corto. Como la vida.