Alfonso Ussía
Ceporros
Me lo adelantó, cuatro meses atrás, mi gran amigo y reputado sabio Josep Lluis Miralt de Fermosell, propietario de la frutería «La Banana de La Habana» –se trata de un gran poeta–, sita en la bella localidad de Sant Joan de Messi, en el sur de Gerona. «El día que se publique el libro “Aportaciones universales catalanas”, os caerán sobre la cabeza todos los palos del sombrajo». Ante mi expresión de extrañeza, tuvo la amabilidad de revelarme algunas de las aportaciones universales catalanas. «Cólon era catalán, Churriguera se llamaba Xoriguera y el imperio catalán entre los siglos XIII y XVI se extendía a lo largo y ancho de Italia, Sicilia, Bosnia, Albania, los ducados de Atenas y llegaba hasta Beirut». Lo cierto es que me quedé sin habla y hoy compruebo que las revelaciones del eximio historiador y propietario de la frutería «La Banana de La Habana» Miralt de Fermosell, se cumplen a rajatabla.
El Ayuntamiento de Barcelona ha adquirido doscientos ejemplares de la magna obra, adquisición que ratifica la plena veracidad de su contenido histórico. Se trata de un trabajo admirable en el que se combina la Historia con los comentarios de ilustres y cultos personajes de la sociedad catalana, como Carmen Forcadell, Muriel Casals, Oriol Junqueras, Ernest Benach y Jordi Pujol, ese gran patriota perseguido. El precio se ha fijado en 50 euros por volumen, y sus beneficios por la distribución y los derechos de autor serán destinados a la decoración de las nuevas «embajadas» de Cataluña de reciente apertura.
El Imperio Catalán. Los que algo de eso intuíamos nos lo teníamos muy calladito. El Imperio más cordial y educado del mundo, que jamás impuso nada a sus variados súbditos. Podría tomar ejemplo Artur Mas del respeto por las diferentes culturas del que hizo gala el Imperio Catalán, que establecido durante tres siglos en Italia, Sicilia, Bosnia, Albania, los Ducados de Atenas y Beirut, consiguió que ningún italiano, siciliano, bosnio, albanés, ateniense o libanés aprendiera a hablar en catalán. Porque en el Imperio Catalán no se hablaba ni patata de catalán, lo cual es una prueba de la enorme influencia cultural del impresionante Imperio.
Que Colón era catalán lo sabíamos todos, pero también camuflamos en la envidia el conocimiento. Como el Emperador de Cataluña no le hizo caso, convenció a los vecinos pobres, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, para que éstos financiaran sus locuras oceánicas. Y las carabelas que partieron de Palos de Moguer rumbo a lo desconocido, se llamaban en realidad «La Pinta», «La Nena» y «La Moreneta». Colón –Coló–, resentido con el Imperio Catalán, descubrió para España las Indias Occidentales y no ofreció al Imperio ni un islote deshabitado. Y queda demostrado que el madrileño Alberto Churriguera, nacido el 7 de agosto de 1676, original y artístico arquitecto, no fue el diseñador y proyectista de la pasmosa y formidable Plaza Mayor de Salamanca.
Churriguera fue un aprovechado que firmó el proyecto previamente creado y trabajado por Josep Benet Xoriguera. Faltaría más.
He descansado unos días en el poniente de La Montaña de Cantabria. Allí, en el municipio de Valdáliga, a un centenar de metros del barrio de La Cocina, se alza la digna, noble y humilde casa en la que nació Juan de Herrera, arquitecto de esa vulgaridad castellana conocida como el Monasterio de San Lorenzo del Escorial. Toda la grandeza de su obra se reduce, en el plano doméstico y solar de su vida, a la humildad del hidalgo, el «hijo de algo» montañés. Y con desolada decepción, he podido constatar que Herrera nació efectivamente allí en Movellán, que se llamó Juan y no Joan, y que no formó parte del Imperio Catalán. Y es que todos los grandes imperios tienen fallos imperdonables.
Con independencia del contenido de la magna obra, el lenguaje empleado por sus autores es tan vigoroso como la amenidad de su texto. Estoy completamente seguro de que en Beirut han celebrado con entusiasmo la noticia de su catalanidad. Y celebro su celebración, por cuanto hoy en día, en aquellos lugares, cualquier motivo de alegría es de obligado agasajo. Mi más cordial enhorabuena a los autores y promotores de esta obra universal tan medida como servidora de la realidad histórica. Dudar de su veracidad es de ceporros.
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