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La Razón
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Hacía mucho tiempo que un partido no suscitaba tanto sentimiento encontrado como el que provoca Ciudadanos, objeto de deseo para quienes se encargan de hacer los cálculos de cara al día 21, y al mismo tiempo, motivo de recelo por los votos que va a cosechar y que hasta hace nada cultivaban los dos grandes partidos que hasta ahora han gobernado. Para el PP, Rivera es el gran obstáculo que les puede envenenar el objetivo de conseguir una victoria amplia, pero a la vez es quien, si las encuestas se cumplen, puede dar a los populares una segunda oportunidad. Para el PSOE, Ciudadanos es ese carrito del supermercado que dependiendo de la fuerza con la que le impacte en el tobillo le va a obligar a ponerse un tirita o a dejarle en la cuneta escayolado hasta las ingles, pero es también el as en la manga del que Sánchez intentará tirar si tiene la más mínima posibilidad de dejar al PP en la oposición. Para Podemos, el partido naranja es simplemente el visitante inesperado que le está quitando el caramelo de la novedad y del castigo a la «vieja política». Ciudadanos juega, por lo tanto, con la gran ventaja de saber que en el peor de los casos, que sería quedar como tercera fuerza, quien quiera formar gobierno tendrá que pasar por el aro de su ya famoso pliego de condiciones, que ese que esgrime cada vez que alguien llama a su puerta. Rivera es el único de los líderes con posibilidades que parte con la certeza de que pase lo que pase el día 20 colocará parte de su programa en la próxima legislatura, lo que le convierte en un enemigo formidable, porque parafraseando a Torrente Ballester, no hay poder más peligroso que el del que manda pero no gobierna. Y eso en el caso de que no gobierne, que está todavía por ver.