José Luis Alvite
Chantajes y sobornos
Suele decirse que todos tenemos un precio y que la integridad moral de un hombre no se mide por su resistencia a las tentaciones, sino por su desconocimiento de la importancia que en un momento dado pueda tener el dinero. Si así fuese, todos en realidad estaríamos expuestos a ser corrompidos. Sería cuestión de que alguien acertase con nuestro precio y estuviese dispuesto a pagarlo. Muchas veces hemos leído o escuchado que a los jueces habría que pagarlos mejor para que no cayesen e la tentación de aceptar un soborno y que lo mismo habría que hacer con los policías y con los políticos. Eso significa que para que no los corrompan las tentaciones, lo ideal sería que a jueces, policías y políticos los sobornase el Estado. En los ambientes mafiosos no se andan con pamplinas y son más directos. Un tipo se planta en el bar de otro y le ofrece su protección a cambio de dinero. «No tengo enemigos –le contesta el tipo del bar– ¿De quién tendrías que protegerme?». «De mí, claro», le espeta el mafioso. Aún más ingenioso fue el criminal chantajista que a sabiendas de mi mala relación matrimonial se ofreció para asesinar a mi mujer a cambio de una suma de dinero. Al ver mi cara de estupor, se puso conciliador: «Bien, vale, siento haberte ofendido. Por la mitad de esa suma la dejaré con vida». Aquello quedó en una broma de mal gusto. Resultaba todo tan surrealista que ni se me pasó por la cabeza denunciarlo. Muchos años después de aquello, todo el mundo quiere vivir de algo oficial y que por hacer bien su trabajo le soborne el Estado. Se reiría ahora mi madre recordando al cura que le pidió una buena suma de dinero por unas misas para que mi padre fuese al cielo. Mi madre le dijo que por la mitad de aquella suma su marido podría ir al cielo facturado por Iberia.
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