Restringido

Color de hormiga

La Razón
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Fui un niño feliz, me divertí a lo loco en la universidad, no lloré ni en la mili, estuve tres décadas de reportero cobrando por hacer lo que me gustaba y ahora, ya mayor y con familia numerosa, lo paso francamente bien.

Y sin embargo llevo varios días arrastrando los pies. No tiene que ver con la salud, porque cotizo a la Seguridad Social desde 1972 y en más de cuatro décadas no he estado de baja un día ni he cobrado nunca el paro, pero me deben haber contagiado algo. No un virus, sino ese pesimismo tan extendido entre la ciudadanía. Y no lo entiendo. La economía mundial no está boyante y seguimos padeciendo un 20% de paro, pero el mundo sólo hace que mejorar. Para empezar, ya no tenemos encima el riesgo de quedar convertidos en piedra pómez en una guerra nuclear. Los rusos sacan pecho y hacen de vez en cuando una trastada, pero aquello tan siniestro que era la URSS se ha desmoronado. Los chinos se han olvidado del Libro Rojo y limitan sus aspiraciones de dominación planetaria a inundarnos de quincalla e imitaciones baratas. Algo tan perverso como el racismo, no sólo ha desaparecido oficialmente hasta de Suráfrica. Es que ni siquiera está de moda. Crecen el populismo y la xenofobia, encaramados en la ola de refugiados, pero la inmensa mayoría de los europeos seguimos convencidos de que una sociedad civilizada no puede dejar en el barro a los desesperados.

Quedan por ahí facinerosos como Maduro, violadores como Ortega, tiranos como Asad y mucho fanático islámico empeñado en cortarnos la cabeza, pero da la impresión de que poco a poco los vamos metiendo en vereda.

Los que tengan más o menos mi edad, se acordarán de lo que se tardaba en lograr que la telefonista te pusiera una conferencia y ahora hasta el tato anda con móvil. El dentista, que hacía un daño espantoso, sólo causa miedo al final, cuando presenta la factura. Hasta las gasolineras tienen meaderos impecables. A la vista de este rosario de bendiciones, sólo hay motivos para el optimismo, pero ando con la moral por los suelos.

Y la única explicación que se me ocurre a esa proclividad a ver las cosas color de hormiga es que no digiero que en España haya cinco millones de personas que aplaudan a tipos que califican a Otegi de «hombre de paz» y ni se inmuten al ver que insultan al Ejército, aborrecen nuestra bandera, apoyan el separatismo y sintonizan con los verdugos chavistas. Todo se pasa.