José Luis Alvite

Columna de opinión

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Muchas veces me han preguntado por qué no doy opiniones con más frecuencia sobre la actualidad política en mis columnas del periódico. La respuesta es fácil: hay colegas que lo hacen a menudo, incluso a diario, y con más sentido del que podrían tener mis opiniones. También es cierto que me contengo porque dudo que los políticos sean sensibles a las opiniones de los columnistas si ni siquiera lo son a las pesquisas de la Policía, ni a los dictados de la Ley. Ya hace mucho tiempo que me convencí de la inutilidad de la gramática como factor de redención social y creo que como energía persuasiva una columna de opinión le resulta a cualquier político más fácil de soportar que una patada en el trasero, suponiendo que quienes dedican tantas horas al esfuerzo retribuido de delinquir en nombre de la democracia y de Ley empleen algún tiempo en la gratuita abnegación de leer. Vivimos malos tiempos para la sensatez política, así que estamos al borde de una nueva era en la que la furia sustituya al pensamiento y en los campos ya no sea sólo el viento el que mueve el centeno. Alguien se preguntaba ayer en una emisora de radio dónde diablos están los intelectuales ahora que tanto se les necesita. ¿Dónde quieren que estén? En este país los intelectuales sólo se concibe que estén en las cárceles o en los cementerios, con una opción alternativa vanguardista para aquellos supuestos pensadores que camino de la prisión hayan buscado refugio en la SGAE. En realidad los intelectuales surgen como una brillante y tardía secuela de las catástrofes sociales, después de que los desajustes causados por la injusticia los hayan resuelto a su manera la guillotina, la malaria o la guerra. ¿Qué podría hacer con mi modesta columna de opinión? Poca cosa. Si acaso, hacerle creer a mi madre que sigo siendo libre gracias a lo mal que se me entiende.