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La Razón
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A José Castro, presidente del Sevilla, le ha entrado un ataque de celos institucionales porque Felipe VI no estará en Basilea junto a su equipo en la final de la Liga Europa contra el Liverpool. Le ha molestado verle en el Vicente Calderón y en el Santiago Bernabéu, «en unas semifinales» a menos de media hora de Zarzuela, y ha sacado la lengua a pasear. Se siente agraviado y ha extendido su malestar al sevillismo, que sólo faltaría que el 22 en el Manzanares se adhiriera a la habitual silbatina de los culés. Muy mal hecho.

La Agenda Real no se cuadra de un día para otro, ni siquiera de una semana o de un mes para otro. Doy fe. El 18 de mayo, el Rey acudirá a un compromiso cerrado mucho antes de que el Sevilla se deshiciera del Shakhtar Donetsk. Le esperan en Villanueva de los Infantes y en Tomelloso, por la mañana, y por la tarde, a las ocho, en Talavera de la Reina, para intervenir en un acto de inserción social con discapacitados. Pero como la Casa Real es más permeable a las grandes citas del deporte español que a los necios complejos de algún dirigente descarriado, ha resuelto que sea Don Juan Carlos el punto de apoyo de Unai Emery y sus muchachos sin tener que demostrar que el Sur también existe. ¡Qué «jartá» de complejos!

Don Felipe, siendo Príncipe, estuvo en todas las finales del Sevilla, y faltó a la de Varsovia, en 2015, por unas maniobras de la OTAN y una audiencia con el ministro de Exteriores de Túnez. La incompatibilidad se impone muchas veces al deseo. ¡Ah!, es intención del Monarca acudir el 28 de mayo a la finalísima de Milán, si la festividad del Día de las Fuerzas Armadas y la recepción se lo permiten. Mucha paz.