Represión en Venezuela
Cómplices y verdugos
Lo preocupante no es que un facineroso como Maduro inhabilite a la Asamblea Nacional democráticamente elegida, sepulte en mazmorras a los líderes opositores y hunda Venezuela en la miseria. Lo desasosegante es que aquí, en el corazón de la UE, un partido con 70 escaños en el Parlamento aplauda el golpe, sintonice con los verdugos y añore sus métodos. Y todavía más acongojante es que cinco millones de españoles voten babeantes a ese partido. Cierto que prosperan entre nosotros los políticos proclives a ocultar los problemas, omitir el coste de las soluciones y proponer gilipolleces, pero nadie puede llamarse a engaño. Aunque por miedo a que les quitaran puntos del carnet de progre la inmensa mayoría de los periodistas no haya hecho un esfuerzo por arrojar luz sobre las sombras de Podemos y nunca ejercite la obligación profesional de contrastar datos y diseccionar declaraciones, la hemeroteca es implacable. Fue hace un par de años cuando Hacienda pilló a Monedero con 425.150 euros traídos de Venezuela y el cofundador de Podemos, mientras hacía la paralela, contó que los chavistas le habían pagado por un informe para implantar una moneda común en Latinoamérica. ¿No vendría al pelo, a la vista del desaguisado de su protector en Caracas, que aclarara si esa fortuna se fue a financiar ilegalmente a Podemos? Me gustaría que en la próxima rueda de prensa, algún reportero preguntara a Iglesias si sigue envidiando a los españoles que residen bajo el yugo chavista, como afirmó en Venezolana Televisión, pero no caerá esa breva. Y tampoco le preguntarán por los abrazos a los matones de Alsasua, las carantoñas a los proetarras o los financiamientos iraníes. Aunque hayan salido de las urnas, está claro que son una chusma, ideológicamente perjudicada, que sintoniza con los matarifes, aborrece a las víctimas y considera «guay» ir contra España. Para salvar a Venezuela hay que resucitar «el deber de injerencia», olvidarse de los diletantes de la OEA y promover una acción enérgica y conjunta de las democracias occidentales. El primer paso es anunciar oficialmente que el sátrapa, sus sicarios y compinches se pueden ir metiendo el petróleo donde les quepa y preparando el «necesaire», porque se les ha abierto expediente en el Tribunal de La Haya, como se terminó haciendo con los genocidas de Ruanda o los criminales de los Balcanes.
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